Cuando empiezas tu año Erasmus lejos de casa, nunca imaginas el final. Los amigos se convierten en familia, y la ciudad en tu hogar. Tras el choque inicial de comenzar una vida totalmente desconocida, el tiempo se encarga de encajarte en ese lugar que en un principio tan distante de ti apreciabas, hasta el punto de no concebir tu rutina en cualquier otra parte del mundo. Gante me ha enseñado desde lo más básico como es poner una lavadora hasta asignaturas que jamás pensé que existirían. Los ganteses, aunque fríos en un primer momento, no tardaron en convertirse en amigos leales, dispuestos a ayudarte en todo lo necesario, a hacer de tu estancia en Gante un recuerdo imborrable.
Poco a poco tu vida se va moldeando en esa ciudad que al principio veías extraña. Adoptas algunas modas, música o incluso costumbres del día a día. Sustituir los churros post-fiesta por las friets; cervezas de no menos de ocho grados, y por supuesto trapistas, usar la bicicleta ya llueva, nieve o tengamos al mismísimo Katrina encima; olvidarte del paraguas, al fin y al cabo es un bulto más. Estos pequeños detalles que adoptas inconscientemente acaban influyendo en tu forma de ver el mundo, en tu criterio, en tu crecimiento personal.
Así, en mi último post como corresponsal, solo puedo dar las gracias a todos aquellos que habéis hecho de esta aventura un sueño cumplido. A los que me habéis acompañado, aportando vuestro granito de arena a una montaña cada vez más grande, porque gracias a vuestro a interés, estudiantes Erasmus como nosotros podemos compartir ese año que marca un antes y un después, que cierra un capítulo del gran libro de nuestras vidas.
Para finalizar, os dejo este vídeo sobre mis tres últimos días en Gante. Gracias a la Oficina de Turismo, con la tarjeta de 72 horas en Gante, pudimos visitar el Cordero Místico, descubrir cada una de las salas del Gravensteen, aprender un poquito más de nuestra ciudad adoptiva en el Museo STAM, disfrutar de la perspectiva que ofrece cada rincón de Gante desde el agua mediante un paseo en barco guiado, recorrer una vez más las callejuelas en bicicleta con el alquiler de un día, grabar para siempre en nuestra memoria las vistas de la ciudad de las 3 Torres desde lo alto del Belfort, usar gratuitamente todo el transporte público, y muchas opciones más que por falta de tiempo no pudimos llevar a cabo.
Para más información sobre cómo conseguir la tarjeta de 48 o 72 horas en Gante, acudid a la Oficina de Turismo donde os detallarán todos los beneficios del carné.
Espero que explotéis Gante tanto como lo hemos hecho nosotros, porque si algo tiene este rinconcito de Flandes, es mucho que descubrir, una mentalidad abierta y juvenil que contrasta con la sobriedad y tradicionalismo de sus edificios, unos habitantes risueños que consiguen alegrar los días más grises y un encanto nacido de fábulas, anécdotas y leyendas curtidas por la historia.
¡Gracias por este año tan especial y espero reencontrarnos en Gante!