Una pregunta: ¿Lo que se repite más de tres veces se puede considerar un comienzo de una costumbre? Porque aquí empieza a ser habitual preparar las mochilas el sábado por la mañana para emprender camino, ese mismo día, dirección la región de Flandes.
En esta ocasión la elegida era Bruselas, la capital de Europa. Era un viaje exprés pero prometía desde el minuto uno desde que lo organizamos, no solo por el desconocimiento del destino, sino porque nos acompañaba el colega bruselense de un amigo, que iba a ser nuestro guía. Guapo, simpático y además gran conocedor de la ciudad ¡no se podía pedir nada más!
Así que con cámara en mano y chaqueta bien abrochada nos fuimos al corazón de Europa. Empezamos visitando la Catedral de San Miguel, situada muy cerca de la Estación Central. Es una preciosa catedral de estilo gótico adornada con lujosas vidrieras y rosetones. Vale la pena entrar para ver la grandeza arquitectónica que hay en ella.
De ahí nos fuimos directos a conocer el Parlamento Belga, el famoso parque Warandepark (el parque más grande de Bruselas) y el Royal Palace. Como curiosidad, decir de estos tres que se encuentran en paralelo. Es decir, el Parlamento Belga y el Royal Palace está uno en frente del otro – y de por medio el pulmón verde de Bruselas-. Como anécdota, nuestro guía nos dijo que así el Rey puede ver la ley desde la ventana. Pero solo cuando está en la oficina porque el palacio actualmente no se usa como residencia real, puesto que el Rey y su familia viven en las afueras de Bruselas.
Continuando con esta ruta llegamos al museo de René Magritte, el pintor surrealista belga. Otro reclamo turístico. Vale la pena entrar y ver su obras en su ciudad natal para entender el por qué de sus pinturas, esculturas y óleos. Por eso el museo está distribuido en tres plantas dedicadas exclusivamente al pintor y cada una de ellas pertenece a un periodo diferente. El recorrido comienza por la tercera planta, mostrando los inicios del artista y acaba con las obras más importantes como son la Sherezade o el Imperio de la Luz. Perdonad por no mostraros fotos pero no me dejaron hacer en el interior del museo. Ni sin flash
De un reclamo turístico pasamos a otro, al de la Grand Place. Considerada como una de las plazas más bonitas del mundo debido a su gran riqueza arquitectónica. Allí se encuentra el Ayuntamiento de la ciudad, la casa de los Duques de Brabante y la Casa del Rey. Es imposible no levantar la mirada, porque cada uno de los edificios que la componen tiene un valor artístico singular. Solo conseguirás bajar la mirada de los edificios cuando de una casa de chocolate se trate. Sus escaparates y aromas te atraparán.
Pero mi consejo es que esperes unos 4 minutos más hasta llegar a la calle Rue de l’Etuve que te conduce a la estatua del Manneken Pis porque allí podrás encontrar toda clase de gofres a 1 euro. Están riquísimos y su precio es bastante económico.
Como anécdota contar que casualmente el día que fuimos a ver le Manneken Pis, éste iba vestido con los colores de la bandera española. Pensamos que se trataba por el Día de la Hispanidad pero era un homenaje al librepensador Francisco Ferrer.
Tras haber visto los lugares más emblemáticos de la ciudad, nuestro amigo y guía local nos llevó a un sitio maravilloso. Un sitio que no suele estar habitado por turistas y que ofrece las mejores vistas de la ciudad. Se trata de la azotea del parking ubicado en la calle Zwarte Lievevrouwstraat. Desde allí pudimos ver lo que nos quedaba de la ciudad.
Pero aun así había un sito que no podíamos ver desde allí ¡un sitio que merecía ser visto en persona! Era ni más ni menos que la cervecería Delirium Tremens. Record Guinness en variedad de cervezas.
Tienen hasta 4000 tipos diferentes, toda una perdición para los amantes de esta bebida ¡así que desde aquí os animo a que vayáis a Bruselas y acabéis la ruta con una merecida cerveza! Merecidísima porque para ver Bruselas hay que subir y bajar muchas cuestas. Ya os advierto que 6 horas en Bruselas dan para mucho.