Este año se cumplen cincuenta años de la muerte de Magritte, uno de los principales exponentes del surrealismo belga. El interés central del autor siempre fue el simbolismo: la asociación entre imágenes, palabras y la conciencia colectiva. Él mismo se ha convertido en una referencia de la ciudad de Bruselas, como los gofres, el Barrio Europeo o el Atomium.
El artista nació en Lessines a finales del XIX y murió en Bruselas en 1967. Hace ya ocho años que esta última le dedicó un museo, incluido entre los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica. Su director, Michel Draguet, asegura que la obra del autor “está más viva hoy que nunca. Magritte se cuestionaba constantemente las cosas, y la libertad de reinterpretar la realidad es algo fundamental en nuestros días.”
Magritte fue un hombre fundamentalmente poético, pero no habría podido serlo sin Georgette. Mediatizada como musa y crítica inamovible de la obra de su marido, también fue quien sustentó económicamente a la familia con su sueldo en una cooperativa de bellas artes. Georgette y René se conocieron en Charleroi, a unos sesenta kilómetros de Bruselas, en 1913. Ella tenía trece años, él quince. No se volvieron a encontrar hasta 1919, ya en la capital. Se citaron en Botanique, parque en el centro de la ciudad; ambos se referirán constantemente a esta casualidad que precedió a su matrimonio. De esta relación nacerían las obras más conocidas del autor belga, encuadradas dentro del surrealismo, movimiento artístico de principios del XX. André Bretón lo describe en su Manifiesto del surrealismo (1924):
“El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo, y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos y a sustituirlos por la resolución de los principales problemas de la vida.”
Esta tendencia es, entre otras, una reacción al horror vivido durante la Primera Guerra Mundial. El surrealismo virará con la Guerra del Riff hacia la izquierda, incorporándose durante la década de los treinta artistas como Giacometti, Masson o el propio Magritte. Otro hito histórico que marcará al grupo fue la Segunda Guerra Mundial: además de la ruptura de los surrealistas, el conflicto llevará a la desaparición de muchos de los cuadros de los artistas pictóricos. En el caso de Magritte algunos se quemaron, otros se perdieron y una parte llegó a Estados Unidos, donde se conserva una cantidad significativa de su obra.
Es precisamente en el símbolo de la reconciliación después de la II Guerra Mundial, el Atomium (la Exposición Universal del 58, que promovió su construcción, fue la primera tras el enfrentamiento), donde se rinde uno de los homenajes más importantes a René. Dentro de la construcción, una exposición interactiva reproduce diez de las obras más importantes de Magritte que no están en Bélgica. Una visita para leer, tocar y participar activamente de las alegorías del autor: para entender a una de las referencias belgas dentro de otro de los símbolos del país. Se puede visitar hasta septiembre de 2018.