Desde que abrieron los bares nos pasamos las tardes enteras sentados en las terrazas, suelen llenarse muchísimo y con tanto ruido y tanta gente a veces hablar con los camareros es difícil. En mi lucha por que me atendieran, yo veía como a otras mesas no paraban de llegarles cervezas sin que el camarero se acercara a pedirles nota.
Me quedé un rato mirando que hacían diferente, vi como uno de ellos levantaba un meñique y el camarero asentía en la distancia, miré hacia otro lado y volví a ver lo mismo. Minutos después el camarero les acercaba una cerveza.
Me acerqué a una de las mesas -tengo que decir que llevaba ya varias Jupiler y ya todo me daba igual- y les pregunté a los jóvenes ahí sentados qué estaba pasando y si era esa una manera de pedir una cerveza o me estaban entrando alucinaciones de tanta bebida. Después de reirse durante casi cinco minutos, me explicaron mi primera palabra belga sin sonido.
La palabra meñique en flamenco se dice “pink” y lo que llamaríamos en España una pinta aquí sería “pintje”, por lo que al sonar ambas palabras de manera similar, en cualquier bar entenderán que si levantas ese dedo estas pidiendo una cerveza (la más barata se sobreentiende).
Ya puestos a aprender gestos belgas, me enseñaron como pedir fuego sin usar ninguna palabra, para ello tan solo debes levantar 4 dedos (todos menos el pulgar). Esto se debe a que la palabra cuatro “vier” suena casi igual a la palabra fuego “vuur”. Y de esta sencilla manera conseguirás fuego sin gastar saliva.
Y hasta aquí mi aprendizaje en gestos flamencos, espero que os sirvan de ayuda… ¡Nos vemos pronto!
Mi nombre es Luna, tengo 20 años y vivo en Madrid. En general soy una apasionada de la vida, de los viajes, el arte, la música, el baile, el surf, el mar, la escalada… todo lo que suponga una aventura para mí siempre será un SÍ.
Este semestre mi aventura comienza fuerte: me he mudado a Brujas ¡La ciudad de ensueño! Y aunque apenas lleve aquí una semana, os puedo asegurar que así es. Todas las calles están bañadas de un aura especial, casi mágica.
Recuerdo una de las primeras noches aquí, entre las vacaciones y la lluvia las calles estaban vacías. Paseando a la luz de las farolas, sentí como si me transportara a otra era… Los suelos empedrados, el musgo creciendo por las paredes de una gran iglesia gótica, cuyas vidrieras relucían con luz propia. Todo parecía salido de un precioso y enigmático cuento medieval.