Esta semana del curso ha sido un poco diferente: sin clases, ni presenciales ni virtuales. Este lunes 2 de noviembre empezó lo que se conoce como “Autumn break”, que en castellano vendría a ser una “pausa de otoño”. Esta semana de vacaciones suele llevarse a cabo en algunos países de Europa (Francia, Alemania, Austria, Bélgica y Holanda, entre otros).
En Flandes, por lo general, se programa el período vacacional de otoño la semana posterior al Día de Todos los Santos (1 de noviembre). Durante esa semana, los estudiantes belgas y la mayoría de los trabajadores del país están de vacaciones, así que muchas familias flamencas aprovechan para viajar. Sin embargo, este año, debido a la pandemia, la mayoría ha optado por quedarse en casa.
Año tras año, quienes se acogen más ansiosamente a esta semana de “break” son los estudiantes internacionales. Durante esos siete días (a veces incluso nueve) de libertad, los estudiantes de otros países aprovechan para desplazarse a otras ciudades e incluso a países fronterizos (Francia, Holanda, Alemania o Luxemburgo).
Esta semana, debido a las estrictas restricciones de movilidad impuestas por parte del gobierno belga y los demás gobiernos europeos, ha transcurrido de manera muy poco habitual. Pero pese al cierre de bares, restaurantes, tiendas y museos, la gente no se ha desanimado y ha optado por el turismo nacional.
Este año, los estudiantes internacionales, hemos tenido la oportunidad de descubrir otra faceta de Flandes, una que probablemente no habríamos podido descubrir de no ser por la pandemia.
Soy Núria, una catalana de veintidós años que lleva esperando su Erasmus en Flandes desde antes de empezar la carrera. Me encanta leer, escribir y hablar. Escuchar también, me encanta aprender cosas nuevas. No podría vivir sin arte. Cuando estoy triste escucho música y cuando estoy feliz también. Amo comer, supongo que el amor por la comida me viene de mi padre. En mi casa, siempre hemos sido de probar platos típicos de otras culturas, y no solo eso, de aprender a cocinarlos también.
Desde los catorce, tuve claro a qué me quería dedicar. Mi sueño era bastante específico: estudiar periodismo en Madrid. Luego, llegó el bachillerato y con ello las clases de economía. Nunca pensé que me fuera a gustar algo así, pero vaya si me gustó… La economía me generaba una curiosidad tan grande, que la puse de primera opción junto con ADE. De esta forma, en 2016, empecé un doble grado en economía y ADE. Descubrí un mundo nuevo, y fui consciente de lo importante que era la economía para ayudar a la gente. Comprendí que los economistas son importantes, pero no para lo que cree la mayoría de la gente. Ellos pueden elaborar modelos para reducir la pobreza, extinguir la corrupción e incluso evitar guerras. A medida que aprendía más cosas, mi amor por la economía crecía. Hoy, la economía me apasiona, de esto no tengo ninguna duda, pero el periodismo aún forma parte de mí.