Si pienso en mi infancia, uno de los primeros recuerdos que me viene a la mente son los cómics. Las tardes leyendo en casa de mis abuelos, que tenían estanterías repletas de ellos. Recuerdo con cariño al detective Tintín, siempre acompañado de su perrito Milú; y al vaquero Lucky Luke en sus aventuras contra el crimen.
Ellos pertenecen al mundo del cómic belga, igual que los reporteros Spirou y Fantasio, Bob y Bobet a bordo de su máquina del tiempo, el capitán Blake junto al físico nuclear Mortimer y por supuesto, los famosísimos pitufos (Les Schtroumpfs). Sí, estos simpáticos gnomos azules nacieron gracias al dibujante belga Peyo en 1958.
Este “noveno arte”, como aquí les gusta llamarlo, se consolidó en los años 20 gracias a las revistas juveniles que publicaban tiras cortas. Originalmente, estas viñetas suponían una vía para la crítica social y política encubierta a través del humor, aunque con el tiempo se centraron más en el desarrollo y la interacción de sus propios personajes. En «Le Vingtième Siècle», Hergé catapultó a Tintín a la fama, por lo que otros autores empezaron a imitar su estilo, incluyendo por ejemplo los bocadillos que apenas se habían usado hasta el momento.
Después de la Segunda Guerra Mundial, “Le Journal de Tintin” y “Le Journal de Spirou” comercializaron estas historias a nivel internacional. Aquí debo hacer un apunte, y es que aunque el cómic se exportó en francés, el carácter multilingüe de Bélgica hizo posible que existieran versiones en flamenco de la misma revista: la primera se llamaba «Kuifje» y el nombre de la segunda, que todavía se publica, es “Robbedoes”. De hecho, y al margen de la lengua, se puede considerar que coexistían también dos estilos de dibujo diferenciados, el de Charleroi y el de Bruselas. Aun así, el cómic belga es solo uno y así se presenta ante el mundo.
Los belgas se muestran muy orgullosos de sus creaciones. La mayoría de sus personajes siguen vivos, gracias a los nuevos autores que cogieron el relevo y siguen publicando cada cierto tiempo. También perviven en forma de murales en las paredes: en Bruselas, a este recorrido se le conoce como “la ruta del cómic”. Además, el Centro Belga del Cómic (en la misma ciudad) alberga todo lo que podríais imaginar sobre este arte. Y para que la gran historia se siga escribiendo -y dibujando-, existen escuelas donde se forman a futuros autores.
Lo que es evidente es que aunque los cómics estén llenos de humor, aquí se los toman muy en serio. ¡Y qué bien!
¡Nos leemos pronto!
Me presento, me llamo Julio Yustas, tengo 23 años y voy a ser parte del equipo de corresponsales que, durante el próximo semestre, va a intentar que disfrutéis de Flandes al menos tanto como nosotros.
Vengo de Valencia, donde estudio el Máster de Ingeniería Industrial en la Universitat Politècnica de València. Durante los dos próximos años, disfrutaré de Bruselas gracias a un acuerdo de doble titulación por el que estudiaré el Máster en Ingeniería Electromecánica en la Université Libre de Bruxelles (ULB).
Me considero una persona bastante proactiva y es difícil que no me encontréis embarcado en alguno de mis múltiples proyectos. Mi tiempo libre lo dedico principalmente a pasar tiempo con mis amigos, viajar, la fotografía y la cocina.