Hacer un regalo después de un viaje en Japón es mucho más que dar un simple detalle a alguien; a menudo es una obligación social llena de simbolismo y tradición. Una familia con muchos souvenirs es una familia bien querida por sus amigos y conocidos; con capacidad de viajar y conocer el mundo. Conocí una vez alguien que compraba los souvenirs como objetos de uso diario. Una mopa para limpiar de Brujas, unas pinzas de la ropa de Bruselas, un abrelatas de Lovaina. De esta manera se aseguraba de recordarse de el viaje en momentos diferentes, y los objetos tal vez iban desapareciendo, como pasa con los recuerdos de manera orgánica.
Mi madre coleccionaba bolas de nieve y las ordenábamos en el pasillo de menor a mayor tamaño. Si agitas las bolas normalmente parece que nieve dentro del paisaje. Una vez me desmayé por un bajón de tensión y rompí la bola de Egipto y en nuestro pasillo, ya no podemos hacer que nieve en las pirámides de Giza. Tampoco me acuerdo de quien estuvo en Egipto.
Cuando viajo no hago muchas fotografías porque siempre pienso que todo está en Google imágenes o Google maps. Por supuesto es mentida, es solo una excusa para no sacar la cámara o no acumular imágenes. La foto más impresionante que recuerdo hacer fue con una aplicación del móvil que permitía hacerla 360º y luego verla con gafas de realidad virtual. Revivirla fué como volver a estar en la habitación del apartamento en Berlín. Ahora ya no sé donde está esta foto y mis gafas VR están rotas.
Hace siglos que existe este tipo de turismo. Los peregrinos viajaban miles de kilómetros para visitar reliquias. Me parece interesante que la reliquia de Amberes sea “El santo prepucio”. Aquí en bruselas la peregrinación se hace en dirección a un niño meando. Tal vez las tiendas de souvenirs deberían ofrecer de objetos para la creación de recuerdos. Una libreta para dibujar; una bolsa para guardar piedras, mopas de fregar.