Es curioso porque he coincidido en esto con todas las personas con las que he hablado hasta ahora. El aeropuerto, el olor y sus gentes son los temas que más llaman la atención a quienes visitan Bruselas por primera vez.
Cuando llegas a Bruselas por primera vez, mejor dicho, cuando aterrizas en Zaventem por primera vez, la frase que se te ocurre es ¿esto es un aeropuerto o un centro comercial? Es inmenso. Salir del aeropuerto es como tu primer día de clase: miras alrededor e intentas pasar desapercibido pero en realidad no tienes ni idea de qué hacer (así que te limitas a seguir al grupo). Tiendas de ropa, zapaterías, chocolaterías, pero mires por donde mires no hay señales de la cinta de recogida de equipajes. Cuando ya consigues recuperar tu maleta respiras, y te dirijes al andén para subirte a tu tren. Los trenes no son como en España. Son infinitos, casi que no se avista el final. Son dignos de ver, enserio. Los amantes del ferrocarril disfrutarán no sólo con las máquinas si no también con el personal ya que van vestidos de forma impecable, pero ya hablaré del transporte público bruselense más adelante porque se merece un post especial.
Cuando sales de la estación y pisas por primera vez el centro de Bruselas, lo siguiente que te viene a la cabeza (o mejor dicho a la nariz) es el olor. Es un olor que te perseguirá durante el resto de días y que reaparecerá en los lugares más inesperados. Ese olor a gofre y chocolate. Piensas que estas en el cuento de Hansel y Gretel pero no, esto es el mundo real.
La tercera idea que te viene a la cabeza cuando llevas un par de horas en Bruselas es la interculturalidad. Puedes encontrar a personas de todas las nacionalidades en la ciudad. Y esto es maravilloso. Sentarse en el metro y no poder llegar a contar todos los idiomas que escuchas. Personalmente, es el encanto de Bruselas. La armonía con la que se convive. Esto es lo que hace rico a un lugar y a sus gentes.
¿Cuál fue vuestra primera impresión de Bruselas?