Ayer, antes de dormir, estaba entreteniéndome con Internet como buena joven de nuestro tiempo cuando… ¡ZZZUMMM! La pantalla del ordenador se puso negra. Le di al botón de encender y nada, que no le daba la gana arrancar. Lo volví a pulsar y seguía en sus trece. Los resonaban en mi cabeza mientras me preguntaba qué podía hacer. Ese cacharro, ahora inservible, contenía mi pasado, presente y futuro: fotos, música y documentos de hace años, trabajos que había dejado para última hora y debía entregar, capítulos de Dexter que me faltaban por ver… Colapso. Error 404. Calma not found.
Cogí la bici y mi cara de desesperación y me planté en Agora para saber a qué hora abrían ICTS. Tenía una vaga noción de que ahí estaban relacionados con los ordenadores, el campus virtual y demás parafernalia tecnológica. Me dijeron que estaba abierto hasta las once de la noche así que volví pedaleando a casa, cogí a mi bebé y lo llevé a la sala situada al lado del FlexiSpace.
Un señor me atendió e hizo que el ordenador se encendiese, mientras mi cara se pintaba de todas las paletas: preocupación-pena-asombro-alegría-éxtasis-tranquilidad. En ICTS te identifican y arreglan gratis problemas de software como, por ejemplo, un mal funcionamiento de Internet. Sin embargo, no solucionan inconvenientes con el hardware, como tener que cambiar la batería. En ese caso, tendrías que comprarte una nueva en Amazon o en una tienda y ver qué pasa.
Además de ayudarme a superar esta tragedia contemporánea, el encargado de ICTS me regaló consejos acerca de cómo cuidar un ordenador y una advertencia: “Don’t trust it”. Historias de crisis nerviosas al perder 7 meses de investigación en una tesis o sobre mares de lágrimas por pen-drives que acaban en lavadoras hicieron que me la tomase más en serio. Hoy he ido a Fnac a comprar una memoria externa pensando que Black Mirror no es una serie tan descabellada al fin y al cabo.