Toda buena ciudad responde también por la calidad de sus museos.
Hablar del Museo M implica hablar de historia, de pasado, de comprensión. Este edificio es una operación de gran respeto por lo anterior, ya que conjuga el encuentro de dos tiempos diferentes: la antigua Facultad de Ciencias de Lovaina y el Museo actual. Esto implicaba una respuesta arquitectónica que dignificara ambos momentos y los relacionara.
El pórtico de acceso original es el primer ejemplo palpable, se restaura y mantiene, quedando “unido” al cuerpo principal del museo (que por cierto, tiene un voladizo – forjado sin apoyos – de 10 metros), y digo “unido”, porque no llegan a tocarse, lo cual implica dos resultados: uno formal, como muestra de respeto por el pórtico y como marca de las dos épocas, y otro estructural, ya que no parece razonable cargar el nuevo edificio sobre un elemento tan delicado.
La nueva intervención liga los elementos que quedaron desperdigados como el edificio trasero de época romántica, el pórtico, y el edificio fabril de mediados del siglo XX, gracias a la nueva pieza de mármol beige que une las tres anteriores y les da un nuevo sentido.
Esta nueva pieza organiza el museo dejando un jardín en el centro, donde se mantiene también un roble original de la Facultad de Ciencias, que da forma a este espacio de patio, con un camino que serpentea bajo la sombra del árbol, que a su vez, se deja abrazar.
Como introducción, encontramos una exposición muy participativa sobre la Primera Guerra Mundial, en la que dejar nuestras propias opiniones colgadas de la pared.
En cuanto a la colección, siempre está la exposición permanente, que muestra una colección de retratos decimonónicos y anteriores sobre personajes relevantes de la historia de Lovaina, una exposición sobre la religión y su importancia en la Universidad Católica, una serie de bellas vidrieras y esculturas de bronce de un importante artista belga.
Junto a la permanente, en la segunda planta podemos encontrar exposiciones temporales, actualmente, una de Adriaan Verwée de estructuras y tipos de soportes, mezclando diferentes materiales, lo que da lugar a composiciones muy especiales y llamativas, y otra de Atelier C. que busca generar sensaciones intensas, porque se tratan de imágenes y representaciones muy perturbadoras y a veces incluso violentas, que no dejan indiferente a nadie.
Ambas colecciones están a nuestro alcance por el módico precio de 5€. Además se completa la visita con la terraza – mirador sobre la ciudad, con una vista única, y que si vas en verano, encontrarás un pequeño bar donde disfrutar el buen tiempo. Y no sólo eso, sino que la entrada del Museo incluye también la visita a la Catedral de San Pedro, en Grote Markt, que contaremos más adelante.
Aún así, durante el resto del año, encontrarás un bar de cervezas en la entrada, con una grandísima variedad de esta bebida que en Bélgica es básica. Recomiendo probar la Duvel, de mayor gradación que una cerveza normal, que el camarero servirá con una gran nube de espuma lo que le da un sabor único. Aún así, podemos observar la carta para testar otros tipos diferentes.
Pero hay otras muchas cervezas famosas, por ejemplo, la conocidísima Stella Artois, especial de Lovaina, que empezó a fabricarse en el año 1366. Aquí te la servirán especialmente fría, la mejor forma de saborear su sabor fermentado.
Otras opciones pueden ser la Orval, fabricada en el monasterio belga del mismo nombre, con sabor intenso y amargo, o también la Blonde Leffe, con espuma blanca y abundante, densa y de alta fermentación. Además, en la pared podemos encontrar un pequeño dibujo del proceso de fabricación de cerveza.
En conclusión, el Museo M es una muestra de buena arquitectura, un lugar donde conocer la parte más artística de Lovaina, y un espacio donde el paladar también puede disfrutar. Visita muy recomendable para cualquiera.