Cuando uno piensa en Flandes, lo primero que le viene a la cabeza son las apelotonadas casitas con fachadas apuntando desafiante al cielo pero manteniendo una altura prudente para no despegar los pies del suelo, las callejuelas empedradas salpicadas por los estrechos canales, las puertecitas ocultas que invitan a descubrir las coquetas cervecerías al calor del fuego, los diminutos cuberdones o “neuzeke” (sí, esas pequeñas naricitas de frambuesa capaces de endulzar cualquier día nublado) y las barquitas que surcan los canales al deleite de los navegantes.
Y es que si algo tienen en común todas las ciudades flamencas, es el afán por crear un aura acogedora y cálida allá por donde te muevas, y esto se consigue mucho mejor en lugares pequeñitos. Quizá sea por este motivo que en su idioma broten los diminutivos por doquier. ¿Os imagináis los escaparates de las tiendecitas tradicionales de ropa mostrando sus mejores prendas con mensajes tan suculentos como: ¡este precioso vestidito por solo 30€!? (Y no, no penséis que el vestidito es para la niña de 5 años, sino para la madre de 40). ¿Y que los puestos de frituras se publicitasen con un gran cartel de patatitas fritas o “frietjes”?. ¿Os habéis fijado en la cantidad de pubs como ‘t Velootje o Putje que, aunque sirven las cervezas en vasos bien grandes, sus carteles siempre acaban en “je” (o el equivalente “ito” en español)?. No hace falta mencionar que en cualquiera de las cartas de los cafés de Gante deben ofrecer un buen postrecito o dessertje o el café acompañado de su galletita de espéculos (speculaaskoekje).
Sea como fuere, si es verdad que algo no empequeñece este rinconcito de Bélgica, es su gran corazón y carisma ante los miles de visitantes que desean empaparse de una región de diminutivos.
Por cierto, ¿tendrá alguna relación el nombre del vecinito de Homer Simpsons con la región de Flanders?