Hoy realicé mi último examen en la VUB, mi universidad de Bruselas. ¿Qué significa eso? Significa que mi Erasmus se ha acabado. Significa que los mejores cinco meses de mi vida cierran sus puertas. Y significa que Bruselas se ha quedado para siempre con un pedacito mío. Al igual que yo con otra de ella. O de ellos.
Cuando el aeropuerto de Zaventem me recibió el 9 de septiembre del año pasado parecía mucho más frío y pequeño que como lo veo ahora. Los miles de viajes que he realizado convirtieron Zaventem y Charleroi en una segunda casa. En realidad, Bruselas, no tardó mucho en parecerse a un hogar.
Dicen que cuando te mudas de ciudad se necesita un proceso de adaptación; pues a mi me duró, como mucho, dos días. No tenía tiempo ni para pensar que estaba haciendo. En mi cabeza solo se repetía una cosa: “estas viviendo la oportunidad que siempre quisiste, aprovecha cada minuto, disfruta, disfruta, disfruta…”. Y así lo hice. Conocí muchísima gente que se embarcaba en la misma aventura que yo, y con la que he podido compartir todo tipo de situaciones durante estos 5 meses, y creerme que 5 meses dan para situaciones de todo tipo.
Son persona maravillosas, que han cambiado mi vida (para mejor, por supuesto) y que en cierto modo también me han cambiado a mí. Ellos, los nuevos amigos, son sin duda lo más preciado que cada Erasmus guarda en su maleta al regresar a casa. Ellos y cómo juntos conocisteis la ciudad, cómo os enfrentasteis a nuevos retos tanto personales como académicos, cómo os ayudasteis por sobrevivir entre francés y flamenco cuando solo sabíais hablar ingles…
Sin duda Bruselas tiene rincones muy especiales, pero los lugares no sólo los hacen bonitos sus vistas, su arquitectura o su riqueza cultural, también los hacen especiales la gente que están a tu lado mientras los ves, o los disfrutas. Y ahora no solo me refiero a amigos. Me refiero a ese guía que con todo su cariño y dedicación por la ciudad me enseñó los sitios clave cuando no sabía aún a donde moverte. Me refiero a ese camarero belga, de unos 70 años, que me sirvió unos ríquisimos mejillones y los acompañó de una sonrisa y una palabras amables. Me refiero a esa chica del supermercado, que me preguntó que de dónde era, que porqué estaba en Bruselas, y que me ayudó cariñosamente a recoger mi compra cuando me notó un poco apurada. Me refiero a los profesores que se preocuparon por mi seguimiento de las clases, por si me costaba mucho adaptarme a los nuevos métodos…
El conjunto de muchas cosas como estas es lo que hace tan especial un Erasmus, por eso animo y todos los estudiantes que tengan la posibilidad que lo hagan, y que vengan a Bruselas, que yo les veré desde España mientras se me rompe el corazón por las ganas de volver a estar en su lugar…
En definitiva, gracias Bruselas, y gracias a su gente por hacer de esta experiencia una de las cosas de las que más orgullosa me sienta de mi vida.