¿Alguna vez habéis tenido esa sensación cuando llegáis nuevos a algún sitio, que en el momento 1 todas tus actuaciones se rigen por corazonadas porque no tienes ninguna otra información o recuerdo del que tirar?
Llamadme bicho raro, pero yo cuando llegué me sentía así de constante. El caso es que, he de decir que aún sin idea de por qué, pero me suele ir bien… ¿Por qué os cuento esto?
Creo que soy muy afortunada y tengo una familia genial, que el día que llegué a Amberes, decidieron venirse conmigo para asegurarse de que me dejaban en un buen sitio y ya de paso ayudarme a pasar una maleta más de equipaje.
Como ya sabéis, yo encontré un kot desde España vía un grupo de Facebook, y mi primer día, me fui directa a dejar el equipaje, firmar el contrato, y cómo no, ver el que sería mi nuevo hogar por 5 mesecitos. Yo tuve la suerte de tener un contratista estudiante como yo y majísimo que no dudó en quedar conmigo ese mismo día después del último examen de su semestre. Recuerdo como si fuera ayer que me dijo eso de: -El examen es a las 9.30h así que para las 13.00h estoy allí seguro…
Pero como William Shakerpeare decía “Mejor llegar tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde”, pues nosotros lo tomamos casi al pie de la letra y allí estuvimos media horita antes delante de la puerta del kot. Nerviosos como estábamos, se nos hizo eterno, pero al fin llego la hora, y pasaron 10 minutos, y 20, y 30… Y como dice esta vez Sabina “y nos dieron la 1 y las 2 y…” me llegó un mensaje, de que sintiéndolo muchísimo tardaría todavía otros 20 minutos, que se había retrasado (nunca llegué a saber si el examen o la celebración posterior, pero luego me ayudó tanto que quedó más que perdonado).
El caso es que hay que tomarse la vida con humor, y en vez de exasperarnos, decidimos ir a Ossenmarkt, la plaza de las cervezas estudiantiles por excelencia, y allí de entre sus numerosos bares, por eso de la intuición, nos metimos en un pequeño bar llamado Barracuda.
Pero claro, el bar aunque super acogedor, también es super pequeñito, y nosotros además de ser 4, íbamos con dos maletas que casi valían por otras dos personas más. Entramos igualmente, pero solo había sitio en la barra y claro, las maletas obstaculizarían todo el paso… Acongojados, ya nos íbamos a ir cuando de repente, un amable hombre belga con sombrero marrón, me hace una señal, coje su periódico y su cerveza de donde estaba situado, y ¡nos deja su propia mesa!
Enseguida le dijimos que no era necesario, pero no solo insistió, sino que hasta el camarero, que con el alboroto nos vió, vino a ayudarme con las maletas y a acomodarnos en la mesa “robada” con una gran sonrisa. Luego nos preguntó que nos apetecía en el perfecto inglés que estos belgas tienen, y cuando vió la cara de perdido que mi padre ponía ante la larga lista de cervezas y chupitos (con nombres tan peculiares y llamativos como “orgasmo”), nos recomendó sus cervezas preferidas. ¡Y os puedo decir que acertó de lleno!
Tras una buena charla con él, todos nos marchamos de allí con una enorme paz y un profundo agradecimiento de que exista gente así en el mundo. Eso sí, no sin antes dejar una propinilla al camarero e invitar a otra cerveza al belga del sombrero. Cuando las cosas se hacen bien, hay que hacerlo ver.
Dirección: Bar Barracuda, Ossenmarkt 1, 2000 Antwerpen