Un día cualquiera, no demasiado que hacer y muchas cosas en la vida por descubrir.
¡Qué decir de todo lo que nos puede ofrecer una nueva ciudad a tan solo 30 km de Amberes! (También a medio camino hacia Bruselas, y a “tiro de piedra” en tren, de otras ciudades flamencas)
La verdad es que nuestro viaje fue un poco improvisado, de esos que te pillan por sorpresa. Fuimos a la aventura, sin mucha información ni expectativas de lo que nos encontraríamos al llegar… Pero este tipo de viajes a veces también tiene su encanto, y decidimos caminar a lo largo de sus calles, solo admirando la magia que a cada esquina nos aguardaba.
Casi nada más aterrizar en la estación, a escasos metros siguiendo la calle, ya nos cruzamos con el sonoro río Dijle, un pequeño “patrimonio natural” para los habitantes de esta pequeña villa, que adoran pasear por la pasarela flotante que yace en sus orillas. Desde esta misma, podemos contemplar las coquetas casitas construidas a su vera. De hecho, una de las principales atracciones de este paseo o “Haverwerf” como ellos lo llaman, son las tres casas al lado del puente.
La casa de la esquina se llama “Het Paradijske” (El pequeño paraíso), pues los relieves sobre las ventanas representan las escenas “el paraíso terrenal” y “el árbol del conocimiento del bien y del mal”. La del medio: “De Duiveltjes” (Los diablillos), goza de ser una de las fachadas de madera más hermosas del país, el nombre es una referencia a los diablillos que funcionan como columnas. Y la de la izquierda,se llama la casa “San José” debido al relieve central representando al santo con el niño Jesús.
Todas datan del S. XVII, época en la que este punto de Malinas solía ser un ajetreado lugar donde los barcos cargados de avena estaban obligados a detenerse. Esto se debía, a que en aquellos años la avena era tan imprescindible como el trigo lo es hoy, y la ciudad de Malinas, se jactaba de tener el privilegio comerciante del “derecho de emporio”: todos los barcos debían detenerse en esta ciudad, y poner a la venta la carga entera durante tres días. Así, los comerciantes sólo podían volver a cargar y llevar la mercadería que no se había vendido en Malinas en esos tres días.
Seguimos nuestro peculiar merodeo, y todavía a orillas del río, nos encontramos con otra plaza, la conocida como “plaza Beethoven“, con un monumento al famoso compositor, y su inspirador y músico preferido: su abuelo, Lodewijk van Beethoven que nació en la ciudad de Malinas en el año 1712, llegando incluso a ser parte de la escuela de canto y coro, de la catedral de Malinas. Así, en la escultura podemos ver a Beethoven como un niño situado frente a frente con su abuelo, el anciano sostiene en una de sus manos una partitura para entregar a su nieto. Beethoven por su lado, esconde tras su espalda una rosa dorada en lo que parece ser un tierno regalo en muestra de su admiración.
Si desde este punto, miramos al otro lado del río, vemos la cervecería “Het Anker”, famosa en el mundo entero por producir la elaborada “Carolus”, una cerveza realmente especial. La fábrica tiene una curiosa historia: todo comenzó en un beaterio del siglo XV, donde las beguinas empezaron a producir cerveza para los pacientes de su hospital. Cuentan las malas lenguas, que si era para tal fin, no era necesario pagar impuestos (ahí la picardía de cada uno).
El caso es, que esa cervecería seguía en funcionamiento cuando, en 1872, la familia Van Breedam la compró y la modernizó. Un día como hoy, cinco generaciones después, es la única que queda en el centro de Malinas, de las más de 30 que había hace un siglo, y sigue en manos de la misma familia, (de hecho Charles Leclef, el actual propietario, vive en una casa contigua a la fábrica).
Volviendo a mover las piernas, ya nos adentramos en el centro histórico de la ciudad, y así damos con la calle “IJzerenleen“. Un bello bulevar flanqueado por numerosas tiendas lujosas, comercios locales (incluyendo típicas queserías belgas), una amplia zona de paseo en el centro y coquetos restaurantes a ambos lados. Llama la atención, el pequeño monumento en metal con tres cabezas de pescado mirando al cielo. Es en honor al mercado de pescado que solía celebrarse ahí antaño. (Las gentes locales nos comentan que durante la época estival, estos particulares peces metalizados suelen escupir agua por la boca para refrescar a los transeuntes).
Ya casi nos adentramos en la plaza principal, pero antes de ello, paradita para tomar un café, y nos veremos en el siguiente capítulo si os habéis enganchado y queréis saber más sobre esta histórica ciudad.