Que Brujas sea una ciudad con encanto no nos pilla de sorpresa, que esconda rincones encantados y misteriosos es lo que hace engancharnos a ella a pesar de su gran fama. Y es que Brujas es una visita más que obligada, un “must” en la lista de quehaceres a lo largo de nuestra vida, y no sólo para nosotros como estudiantes Erasmus en Bélgica, sino también para las múltiples visitas que abarrotan nuestra apretada agenda en los próximos meses.
Como no podría ser de otra manera, mis amigos almerienses ya cogieron el avión teniendo en mente la capi tal de Flandes Occidental. La misión de mostrarles las mejores zonas corría por mi cuenta. En este post os cuento el resultado de un día descubriendo Brujas.
Nuestra primera parada se centró en algunos de los beguinajes esparcidos por la ciudad (el Beguinaje de Brujas y el Beschermd Monument), de los que no hace falta comentar, las fotos hablan por sí solas. Avanzando hacia el centro de vida de Brujas, se alza la imponente Iglesia de Nuestra Señora, segunda torre de ladrillo más alta de todo el mundo que puede apreciarse prácticamente desde cualquier punto de la ciudad.
Continuando por la calle Gruuthusestraat nos topamos con un gran parque donde la calma y el zarandeo de los árboles presiden ante los ruidos secundarios de la ciudad, un parque que queda bajo la sombra de los grandes atractivos turísticos y del gran Minnewater, el Kon Astridpark. Los alrededores, aunque muy cercanos al centro, esconden típicos restaurantes belgas y casas en perfecta conservación. Sin embargo, sorprende el detalle de que muchas de ellas datan de apenas 30 años, y es que en Brujas se intenta conservar el espíritu medieval por muy contemporánea que sea la construcción. Nosotros decidimos probar en el restaurante Pas Partout, con un económico menú de 9.50 y una carta de comida flamenca cuando menos exquisita. ¡Aunque ojo!, como buen restaurante belga, también respetan sus horarios y más tarde de las 2 p.m. lo encontraréis cerrado.
A escasos metros del Pas Partout se sitúan las plazas principales de la ciudad, Markt y Burg, la variedad de establecimientos para comer, tomar un café o comprar un buen chocolate es excelente, pero no me centraré en ello, en pasados posts podéis encontrar muchísima información. Si sois de los que os gusta patearos las ciudades, propongo dejar atrás el centro para adentrarnos en Jan Van Eyckplein, donde una estructura roja de madera invita a tumbarse y escuchar los sonidos del interior del suelo al reflejo del canal. Recorred las calles del antiguo barrio de la Liga Hanseática dirección hacia el extrarradio para finalizar la caminata a las afueras de Brujas, donde unos molinos reinan las colinas a las orillas del Ringvaart, ¿o pensabais que los molinos eran solo holandeses?
Empieza a anochecer y no podemos olvidarnos de la dura tarea de comprar los souvenirs antes de que cierren las tiendecitas que inundan Brujas (recordad el horario belga, ¡a las 6 todo cierra!). Sin lugar a dudas, el chocolate es la clave en esta ciudad, donde lo difícil es no encontrarse con una chocolatería en alguna de sus calles. ¿Cuál es la mejor chocolatería de la ciudad? A ese tipo de preguntas es imposible dar con la respuesta, sin embargo, podemos destacar The Chocolate Line, donde el olor se expande por toda la plaza Simon Stevin y los sabores enloquecen… solo mencionar que tienen desde el chocolate clásico hasta aquellas innovaciones con gusto a bacon o incluso wasabi (solo recomendable para valientes).
El hecho de que Brujas sea una ciudad por y para los turistas, puede facilitar mucho una agradable estancia, pero para los curiosos puede suponer un tanto agobiante, por ello recomiendo perderos por esta ciudad, salir hacia el extrarradio y descubrir sus bonitos barrios, entrar en las estrechas calles que a nadie llaman la atención y sacar el máximo provecho a una ciudad anclada en el medievo.