Si se va a Amberes, es obvio que tarde o temprano habrá que visitar la Grote Markt. Uno se fija en la preciosa estatua de bronce en la que se ven animales marinos, figuras humanas, chorros de agua y, en la parte alta, un hombre lanzando una mano. Pues bien, la estatua conmemora la leyenda de Silvio Brabo, centurión del ejército romano y supuesto sobrino de Julio César.
Había un gigante en la desembocadura del Escalda (el río que pasa por Amberes) llamado Druoon Antigoon que pedía un peaje a todos los barcos que pasaban por ahí. Si no se satisfacía el pago, el gigante cortaba la mano del capitán del barco y la tiraba al río. Con todo el mundo pobre o manco por los alrededores, un centurión romano, el tal Silvio Brabo, decidió enfrentarse al gigante cuando este le pidió el pago a él mismo, lo venció y lanzó su mano al río. A partir de ese momento, la gente de la zona comenzó asentarse en este lugar y así nació Amberes.
La ciudad además lleva el nombre de este suceso. El apelativo en neerlandés de la ciudad, Antwerpen, no es más que la unión entre Ant (mano) y Werpen (lanzar). Amberes no es más que la adaptación fonética de cómo el nombre de “Antwerpen” sonó a oídos de los españoles de hace siglos.
Y fueron felices y comieron perdices.