Cuando tantas personas, de tantos países tan diferentes, se reúnen en una misma ciudad, con un mismo clima, un mismo horario y similares obligaciones; compartiendo las mismas preocupaciones y bastante tiempo, mucho de ese tiempo se dedica a las quejas. Y es que, como mi amiga Paloma me dijo ya hace años, “hay una cosa que une mucho a la gente: quejarse”.
Pensadlo bien: estás en el supermercado, te toca la cola lenta donde la cajera pide permiso a la mano derecha para mover la izquierda y resoplas, acto seguido resopla el anterior o posterior a ti en la cola y automáticamente se crea un clima de camaradería entre vosotros que se extiende a los demás como si fuese pólvora encendida. Ya puedes quejarte a gusto con toda esa gente que resopla como tú, aunque no hables el mismo idioma os une una queja, un lazo muy fuerte.
Pero claro, hay quejas universales y otras que dependen más del lugar donde solía vivir cada uno. En éste último grupo se encuentran las quejas sobre el clima. Lo que para un amberino o antuerpiense (sí, tenía que meter aquí el gentilicio extraño, acabo de aprenderlo) es el clima de un día normal (nublado), para un toledano puede dar la sensación de estar viviendo continuamente como si fuesen las 7 de la tarde. El finlandés te dirá que es un clima genial, mucho mejor que el de su casa; mientras que el tinerfeño empezará a preguntarse por qué no aprovechó todos esos años para ir playa más que en julio y agosto ahora que se le acaban las reservas de sol.
Sea como fuere, el caso es que estamos en pleno otoño en Amberes, se acerca el invierno y, dado que la media de lluvia es de 200 días al año, no está de más conocer sitios a cubierto donde pasar el rato ahora que pasear por Meir va siendo menos cómodo (si eres de los que no te gusta sentirte como un garbanzo a remojo 24h).
Es aquí, en la misma calle Meir, donde podemos encontrar EL pasaje comercial. No es un pasaje comercial cualquiera, Amberes no lo querría así. Es un pasaje comercial en mitad del pub de la ciudad, o la sala de fiestas de la ciudad, traducción del nombre que le dieron, Staadsfeestzaal, en 1905. Pero un Staadsfeestzaal no es, como podría parecer, un sitio donde solamente se hacen fiestas (que sí se hacían), ferias (otra utilidad muy válida) o se baila (que le pregunten a sus baldosas por los vals que se hacían). Este edificio terminado de construir en 1908 sirvió para celebrar las numerosas graduaciones de jóvenes de los colegios municipales de la ciudad.
Hoy en día, sus 20.500 metros cuadrados, restaurados en 2004 tras el incendio que sufrió en el año 2000 nos sirven para deleitarnos con su estilo neoclásico, del que su padre Alexis Van Mechelen puede y debe estar mas que orgulloso, al tiempo que paseamos y compramos en la multitud de establecimientos que aloja, o nos tomamos un descanso en alguna de sus cafeterias o restaurantes. O, simplemente, aprovecharlo para pasar de la calle Meir a otra gran calle comercial, la calle Hopland.
¿Te apetece salir de compras en tu #erasmusamberes pero está lloviendo? ¡Ven a la sala de fiestas a comprar!