Baudelaire (1821-1867) vivió en Bruselas entre abril de 1864 y julio de 1866. Como Dumas o Victor Hugo antes que él, el autor francés llegó sin saber cuánto tiempo pasaría en la ciudad, pero con la vista siempre fija en el viaje de vuelta. Una exposición en el Museo de la Villa de Bruselas homenajea la figura del francés con motivo de los 150 años de la visita que fraguó al habitante de Bruselas que mejor expresó su odio por Bélgica.
En el siglo XIX ser artista en Francia era, a menudo, sinónimo de pocos recursos, alcohol, obsesiones. Durante los años posteriores una serie de escritores bohemios, a veces denominados vanguardistas, buscaron imágenes que representasen las zonas menos estéticas del arte y la sociedad del momento: los contextos en que ellos mismos se movían.
Los poetas malditos se identifican por la construcción literaria de la decadencia humana. El término se acuña tras la publicación de Los poetas malditos, un libro de ensayos del escritor francés Verlaine donde el genio de coetáneos como Rimbaud o Corbière se trata también como su maldición. Para el autor todos ellos han sido seres atormentados e incomprendidos, con tendencias autodestructivas. Consecuencia directa de su talento, como poco. El concepto poeta maldito toma su nombre de Bendición, el poema de Baudelaire con el que abre Las flores del mal. El autor, considerado padre del grupo -que aúna artistas posteriores, como Kerouac, Pizarnik e incluso Ian Curtis-, vivió en Bruselas durante dos años, como recuerda la exposición del Museo de la Villa de Bruselas, que permanecerá abierta hasta el 11 de marzo.
A lo largo del museo los visitantes encontrarán esculturas, referencias a Poe o Delacroix y una constante “belgofobia”. «Francia –escribe Baudelaire en su obra “Pobre Bélgica” (Valparaíso, 2015)– parece muy bárbara vista de cerca. Pero vayan ustedes a Bélgica y se volverán menos severos con su país». Es cierto que Charles no pasó sus mejores años aquí. Ya con cuarenta años empeoró de la sífilis que acabó por matarlo y rozó la miseria; se encontraba escribiendo el tomo referido cuando, en Namur, sufrió el colapso que le obligó a volver a Francia, a un hospital donde pasó, paralizado, más de un año. El manuscrito no se descubrió hasta 1953; treinta y tres páginas donde el autor pone en relevancia todos los tópicos belgas del imaginario colectivo francés. Sin embargo Javier Bozalongo, el editor de la obra en castellano, asegura que “es su testamento literario. En sus notas se hace muy visible todo su proceso creativo.”
Tanto el libro como la exposición lanzan una pregunta: ¿realmente Baudelaire odiaba tanto el país donde vivió dos años, o solo trataba de establecer una relación con la Francia más decadente? Para generar una opinión, vayan a la exposición (la entrada para estudiantes son cuatro euros) de martes a domingo, desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde.