El aroma de Bruselas (Brussels, Bruxelles) podría definirse como la integración, la unión, la idea de nexo, de punto de encuentro, de espacio común. Bruselas es la capital de Flandes, y de Bélgica, pero es más que eso, es el lugar donde tanto flamencos como valones sienten propio, y que representa a todos ellos.
Andar por Bruselas es oír un idioma en cada esquina, ver personas de cualquier parte del mundo, saber que estás en el centro de Europa, en el origen de la política europea, que deja de ser distante para convertirse en la realidad del día a día. Es oler a gofre con chocolate o escuchar un violín callejero.
Los primeros pasos por esta ciudad te llevan inevitablemente a admirar la arquitectura de la Grand-Place, reflexionar sobre lo que supone un hito para la ciudad, un símbolo, que ha de representar no solo la arquitectura, sino también el orgullo de sus habitantes. Bajo las oleadas de turistas, y poniendo algo de atención, podemos sentir aún la vibración de esas piedras centenarias que parecen decir, soy más que una foto, soy historia, soy Bruselas.
Acompañado por la mano de Victor Horta, y su art-nouveau, es fácil recorrer la ciudad de la mano del arte, por su gran oferta de museos, como el de Bellas Artes, o aquel que nos habla de las pinturas de René Magritte (cada uno de ellos por solo 2€, y la entrada completa junto con otros, por 3€). El cierre del anillo podemos verlo en la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, donde encontramos el espacio más místico, mágico, bajo la descendente luz gótica y las sombras bajo las bóvedas.
Además, muy cerca de la Grand-Place, podemos encontrar la Oficina de Turismo de Flandes, dónde nos ayudarán a planificar una buena ruta, y es posible hacerse con planos de todas sus ciudades: Lovaina, Gante, Amberes, Brujas, Malinas, etc.
Es, en fin, un poco de todo, la indiscutible capital europea, donde nadie puede sentirse extraño, pero a la vez es imposible no dejar pasar a la sorpresa en cualquier esquina o calle, con su propio ambiente y su propio sabor.