Bajando en Trône (líneas dos y seis de metro), en pleno centro de Bruselas, es fácil localizar el Palacio Real, el Parlamento o el Parque de Bruselas. Las instituciones belgas separadas por doscientos metros, un domingo por la mañana. El primer fin de semana que paséis en Bruselas ataos las botas y pasead por la Rue de la Loi. Os sobrará tiempo para apuntar los nombres de los museos que, reunidos entorno a Coudenberg, atraen hasta al último consumidor de arte: el Magritte, el Belle Vue o el de Bellas Artes. Como la mayoría de espectáculos en Bruselas, son gratis el primer domingo de mes y hacen descuentos a estudiantes.
El Palacio Real de Bruselas es uno de los principales exponentes del Neoclasicismo en Bélgica. Un edificio enorme, de mediados del XIX e inaugurado en 1934, donde el rey ejerce sus labores de gobierno (la familia real vive en Laeken). Frente al palacio se levanta el Parlamento, cargando el Parque de Bruselas, que rodea a ambos, de simbolismo y palos selfies. Desde 1965 el Palacio está abierto al público. Solo puede visitarse en los meses de verano, cuando la familia real cesa sus funciones: desde el 22 de julio hasta el 3 de septiembre.
Las escaleras de entrada, diseñadas en mármol, son impresionantes. Dentro del Palacio también se pueden ver bajorrelieves de Rodin y tapices españoles al estilo Goya, regalo de Isabel II a Leopoldo II.
Después de esto podéis continuar vuestro paseo por adoquinado, visitando algún museo o bien acabar la mañana dando un paseo por el Parque de Bruselas. Ni está tan abarrotado como Hyde Park ni se extiende la mitad que Central Park; tampoco le hace falta. Es el parque urbano más grande de la capital y uno de los que más historia tiene. Se construyó sobre las ruinas del Castillo de los Duques de Brabante, que lo usaban como coto de caza hasta el incendio de 1775. Hoy casi no quedan rastros del refugio del ejercito holandés ni de su enfrentamiento con los revolucionarios franceses de 1830, pero aún se puede buscar algún banco, comprar un gofre en alguno de los puestecitos alrededor del parque y sentarse a mirar las decenas de corredores, familias o espectáculos de marionetas debajo de los árboles.
Citando a la poeta belga Chantal Maillard: «La memoria, un pozo maldito, pero también un arca maravillosa. El arca de la alianza que guarda la inocencia». Bruselas regala, a lo largo de una calle, toda su historia política reciente, aún con la broma interna: “si explicas a un extranjero la política belga y la entiende a la primera, es que la has explicado mal”.
Si aún queda cuerpo para algo, será para sentarse. A mediodía suele ser buena idea bajar hasta El Mont des Arts y descansar de cara a la torre de la Grand Place: un domingo como otro cualquiera.