En la línea 71 de Bruselas una puede encontrarse decenas de perfiles diferentes: un niño rubio con las manos entre las rodillas, mirando al señor de enfrente que, con el bastón inclinado en el pasillo, evita que una mujer con pelo corto y las cejas contraídas por la angustia cruce el vehículo. Entre maldiciones e insultos al hombre puede que la señora te cuente, al pasar por la Rue Neuve y en un francés de vocales arrastradas, que Auguste Rodin (París, 1849- Meudon, 1917), padre de la escultura moderna, “nació en Bruselas”.
Tomar las expresiones belgas como textuales nos lleva, invariablemente, a error. François-Auguste-René Rodin nació en Francia a mediados del siglo XIX: es con el canon galo, de hecho, con el que se le acusa de romper al escultor. Rodin conocía las teorías estéticas, que definían la escultura como “una imitación selectiva y palpable de la naturaleza”; estudia en París hasta los 31 años, cuando se instala en Bélgica para trabajar, junto al escultor Albert-Ernest Carrier-Belleuse, en el Palacio de la Bolsa de Bruselas. El escultor vive en Ixelles, donde analizará las influencias de la escultura belga y trabajará en el friso del edificio, inspirado en las artes, la industria y la agricultura. A partir de 1983 el autor trabaja también con otro escultor de la capital, Antoine-Joseph Van Rasbourgh, con quien modifica la decoración de emblemas como el Palacio Real, el Conservatorio o la Bolsa de Comercio. La participación de Rodin, sin embargo, está sujeta en al nombre de su compañero: su asociación se firmaba, en Francia, con la letra de Auguste, y en Bruselas bajo la rúbrica de Van Rasbourgh.
Rodin vivirá en Bélgica durante seis años; gracias a los trabajos que completa en el país su nombre se dio a conocer en toda Europa. Por eso y por los textos que dejó en sus memorias, donde escribió que ese periodo fue uno de los más felices de su vida -paseando por el Bosque de Soignes con Rose Beuret, su futura esposa, dando a conocer su nombre dentro y fuera de Bélgica y debatiendo con Antoine-Féliz Bouré, Paul de Vigne o Gustave Biot-, a los belgas les gusta considerar al escultor un canterano.
Una exposición abrió al público en Saint-Gilles este verano, con motivo del centenario de la muerte del escultor; el 14 de julio las piezas volvieron a los museos que las cedieron -la mayoría de ellos, parisinos-. Los que no estuvieron en Bruselas durante los meses estivales aún pueden disfrutar del legado de Rodin en la ciudad: la Bolsa, el Palacio de Comercio o el Whote Atrium, en la Avenida Toison d’Or, donde el autor realizó su primera exposición.