Esta frase solo podéis pronunciarla (casi seguro) en Le Comptoir de Mathilde, una chocolatería francesa instalada hace poco en Bruselas, con una oferta muy particular.
Empecemos por su historia. El Comptoir de Mathilde nace en el sureste de Francia a comienzos de los años 2000 de la mano de Richard Fournier, nieto de chocolateros, que proyecta un negocio estrechamente ligado a la región. La tienda sigue el concepto original de unir chocolatería y tienda de comestibles de alta gama (épicerie fine). Poco a poco la empresa crece, se traslada a otros puntos de Francia y seduce a numerosos profesionales de la gastronomía como tiendas de productos regionales, bodegueros, comenzando a exportar a 30 países. Paralelamente Fournier decide abrir la primera tienda en la región de Drôme, donde todo empezó, bajo el nombre de el “comptoir de Mathilde”, en honor a su abuela.
¿Qué tiene de especial el Comptoir en Bruselas?
En primer lugar un local situado cerca de la rue Neuve, cuyas paredes guardan el ladrillo original, presentan publicidades que imitan una tienda de comestibles de petit village, y los productos se guardan en antiguas cajas apiladas. Estética vintage lograda de forma involuntaria, según el propio Fournier, en su afán de crear “un lugar autentico, artesanal que contuviese la esencia de una épicerie de pueblo”.
En segundo lugar la variedad de productos de chocolate, donde destaca su “chocolate take away”: se trata de cucharas de madera a cuyas extremidades viene unido un terrón de chocolate sólido de cualquier sabor, que se deshace al introducirse en el vaso de leche caliente.
Fournier propone una selección de productos dulces y lo que él llama “regalos gastronómicos”: tabletas de chocolate para romper, fondues de chocolate, dulces, tés, cafés,
pero también tapenade, mostaza, sales y pimientas diversas, licores, miel, mermeladas… sin olvidar su especialidad: el pastel babá con ron envasado.
Para quienes no lo conozcáis el babà es un dulce elaborado en el horno, muy tradicional de Francia y también de Nápoles. Tiene una forma de corona y la principal característica es que la masa (más ligera que la del bizcocho) está remojada en licor (generalmente ron o limoncello).
Su origen se remonta a un pastel de origen polaco y ruso, el Babuschka ruso. El rey de Polonia Estanislao I, duque de Lorena, donde residió durante un tiempo, lo introdujo en Francia donde la receta se combinó con la del kouglof, pastel tradicional y muy popular en Lorena y Alsacia.
Por último, para aquellos que estén intentando entender aún el título del post y me maldigan por haberles atrapado con un reclamo tan básico, aquí viene la respuesta: del Comptoir de Mathilde no podéis iros sin probar sus licores de nombres sugerentes ni comprar un regalito en su sección adultos.
Bon appétit!