Desde antes de que Bélgica fuera Bélgica, su territorio ha sido siempre escenario de disputas dinásticas, guerras sangrientas y conquistas gloriosas. Por este motivo, ya desde la Edad Media se vinieron construyendo alrededor de los núcleos urbanos, altos muros para defenderse de los circunstanciales enemigos.
En Flandes, estas murallas, a menudo impulsadas por el Burgemeester (alcalde), pero fruto del esfuerzo conjunto de los ricos ciudadanos flamencos, quienes recaudaban dinero a través de sus ayuntamientos, fueron desapareciendo poco a poco, producto de los nuevos planes urbanísticos llevados a cabo durante el siglo XVIII y más aun en el siglo XIX. Con el fin de liberar a la población de este opresivo impedimento, estas fueron sustituidas por grandes avenidas y cinturones de vegetación que aun hoy marcan la estructura de las ciudades de la región.
La capital, Bruselas, ejemplifica perfectamente este recorrido. El pequeño pentágono que ciñe el centro de la ciudad estaba protegido por las grandes murallas del siglo XIV, quienes dieron paso a las enormes avenidas de la Petite Ceinture. Paradójicamente, y aunque no se conservan casi restos de esta muralla, si que los conservamos de la primera y más antigua, que la ciudad absorbió, y que se esconden por todo el centro. El único resto que se conserva de la gran muralla exterior es la fantástica Puerta de Hal, de la que ya hemos hablado, hoy convertida en museo.
Malinas, por su parte, también guarda restos de su pasado bélico medieval. De las doce puertas que jalonaban sus murallas, solo se conserva una, la Brusselspoort.
El que quiera visitar un conjunto más numeroso, tendrá que ir al Kruisvest, el anillo verde de Brujas, donde, de sus siete puertas, cuatro se mantienen aun en pie junto a otros restos de muralla exterior. Destaca entre todas ellas la Puerta de Gante, que alberga un museo sobre las murallas de la ciudad.
Sobre sus idílicos canales, también se conservan los restos de su primera muralla… ¿Podrás encontrarlos?