Los que viven en la costa, en la zona centro o en el sur de España y tenemos que bajar las persianas en verano para evitar el calor tenemos algo en común: la nieve es un sueño. O una alucinación. Más bien una alucinación soñar con que nieve. Este año, sin embargo, tenía la sensación de que finalmente vería la nieve en invierno, que tocaría por encima de la superficie de una barandilla y encontraría una capa blanca capaz de ser moldeada hasta formar lo que parecería el inicio de un sorbete.
Sin embargo, desde que comenzó el invierno, el sol se había instalado en el cielo de Bruselas de manera permanente, como cuando coges buena posición en el sofá y eres incapaz de cambiar de postura durante horas. Veíamos nevar en cada zona del mundo día tras día, y nosotros simplemente no comprendíamos nada. Ni un copo en Bruselas. Ni uno. Nada.
Todos teníamos en la mente que el primer cuatrimestre iba a acabar sin ver capas de blanco por las calles, lo teníamos claro. Todos lo habíamos asumido. Algunos con más resignación que otros (especialmente este era un tema del que los españoles no queríamos hablar), pero ya lo veíamos como algo seguro. No pasaba nada, la vida era así, algunas veces se ganaba y otras veces no tanto.
Pues bien, hace dos días fue el día. Hace dos días sentimos lo mismo que cuando de pequeños en Navidad te regalaban el primer regalo que habías puesto en la lista, lo mismo que cuando ves una estrella fugaz, lo mismo que cuando abres la puerta el día de tu cumpleaños y escuchas el inicio de un «cumpleaños feliz» desafinado. Sentimos confusión inicial y emoción permanente: hace dos días nevó.
Antes de salir a la terraza y ver que todo el suelo estaba blanco, que los copos de la mañana habían cuajado y que podíamos cogerla entre las manos y hacer formas, ya teníamos claro que esa tarde se iba a dedicar a la nieve. Y así fue: igual que en una excursión de campamento, todos salimos a la calle armados con guantes, gorros y mascarillas. Después de pararnos en literalmente cada plaza que tuviera bancos o cualquier otra superficie, llegamos a nuestra primera parada establecida: el Parc Royale de Bruselas, frente al Palacio Real y muy cerquita de la zona de los museos de la ciudad.
No sé qué decir, de verdad que no. Qué maravilla. Parecía que estábamos viviendo lo mismo que Lucy sintió en Narnia al conocer al Señor Tumnus. Cada farola estaba bañada por copos blancos, decorando los largos caminos del parque hacia el Palacio como si fueran las luces que guían al avión para despegar. Las zonas donde era posible pedir vino caliente o café estaban decorados con pequeñas luces cálidas que te aseguraban un destino capaz de calentarte las manos después de bolas y bolas lanzadas una detrás de otra.
Habíamos cogido algunas bolsas de la residencia para poder deslizarnos por las cuestas, y lo mejor de todo es que no fuimos los únicos. Por todo el parque veíamos familias, grupos de amigos y gente paseando disfrutando de la nieve de todas las maneras posibles. Era posible ver el constante movimiento de pompones en los gorros de los niños corriendo de acá para allá acompañados de sus padres, minutos antes de tomar cualquier bebida de la que saliese humo.
Tras la batalla campal que hicimos en el Parc Royale y hablar en los momentos de descanso entre huellas de diferentes tallas de zapatillas en la nieve, quisimos dirigirnos hacia Mont des Arts para ver Bruselas nevado desde lo alto. Después de pararnos y simplemente disfrutar de una combinación tan maravillosa como es la nieve y Bruselas, quisimos terminar el día con un merecido gofre en el ya considerado lugar imprescindible durante todo el Erasmus: la gofrería La Funambule.
Aquí os dejo un vídeo en el que os resumo un pelín esa primera nevada en Bruselas desde que vine en septiembre:
Antes de salir de la residencia hacia nuestra particular excursión, en el ascensor se escuchó un «¡nos tenemos que hacer fotos, que la nieve hace más guapo!». Y en efecto, las fotos salieron preciosas, pero no creo que sea únicamente por la nieve, sino porque en cada foto con los mofletes rojos del frío, el pelo húmedo por las bolas desviadas y los gorros tapando cada milímetro de oreja, teníamos en los ojos el brillo típico de la ilusión, de cuando ves nevar después de mucho tiempo.
Y es que quizá no sea la nieve, sino la felicidad lo que nos hace estar más guapos.
¡Muy buen día, copos!
Me llamo Marina Carrasco Valero, estudio Periodismo y Comunicación Audiovisual, y este primer cuatrimestre voy a ser vuestra corresponsal Erasmus en Bruselas. Durante los próximos cinco meses, voy a ser la pequeña puerta que os lleve a tocar, paladear, ver (aunque con un poco de miopía), oler y oír Bruselas. Juntos vamos a descubrir sus secretos, exhibiciones, conciertos, festivales…
1 comentarios
Gracias, como siempre, Marina!! Leyéndote, se me han enfriado las manos, la nariz y las orejas, pero has reconfortado mi espíritu. Gracias!
Alejandro.