Gante, ciudad de paseo a la orilla del Lys, de callejuelas empedradas al resguardo de fachadas cargadas de historia y de músicos que endulzan los oídos al nivel que un buen gofre cubierto de chocolate. Perderse por este pequeño entramado impregnado por la esencia flamenca no es tarea difícil. El Graslei, la Iglesia de San Nicolás o la Torre Campanario son solo algunos de los protagonistas que, siglo tras siglo, han presenciado miles de historias dando como resultado una ciudad donde el misterio y las hazañas a cual más curiosa no faltan en ninguna de sus esquinas.
En mi primer post como corresponsal, me gustaría proponer a todos aquellos viajeros inquietos que no se conformen con la típica foto desde el Puente de San Miguel, dar un paso más y descubrir algunas de las maravillas que permanecen a la sombra de las grandes obras arquitectónicas e históricas de la capital de Flandes Oriental. El principal consejo para aquellos primerizos, es parpadear no más que lo estrictamente necesario; Gante no es una ciudad de detalles, sino que de los detalles nace el alma de Gante.
Vuestra primera parada en la ciudad, aseguro no decepcionará. La estación de Sint-Pieters, diseñada por el arquitecto Louis Cloquet con motivo de la Exposición Universal de Gante celebrada en 1913, recoge en sus techos y paredes murales que representan varias ciudades belgas con el fin de acercar al visitante cualquier punto del país. Un detalle curioso lo encontramos en la torre reloj diseñada por el mismo Cloquet, que con el paso de los años sucumbió a las inclemencias del caprichoso clima belga cediendo ligeramente hacia un lado. Dicha inclinación, cada vez más pronunciada, dio lugar a la demolición con la posterior reconstrucción de una réplica exacta.
Nuestra próxima parada se sitúa en el Beguinaje de Santa Elisabeth, uno de los tres esparcidos por Gante; la línea de tranvía 4 nos dejará justo en sus puertas (parada Brugsepoort). Aunque no conserva sus muros, salir de la ruidosa avenida Begijnhoflaan para adentrarse en sus callejuelas es lo más parecido a remontarse a aquella época donde el único sonido que entorpecía la calma era el trote de los caballos. A tan solo unos metros encontramos la puerta medieval de Gante, el Rabot, fortaleza desde el año 1491 contra los principales acechadores de la ciudad: el agua y los invasores. Actualmente encontramos en su interior una mesa redonda donde los veteranos ganteses se reúnen cada dos semanas para compartir experiencias y, en palabras de uno de ellos, “risas”.
Dejarse llevar por el canal Lieve hacia el Castillo de Gravensteen es lo más parecido a olvidarse, aunque sea por un momento, del paso del tiempo. En mitad del camino, nos sorprenderá una pintoresca vivienda que invita a conocer tras su arco el lugar donde Carlos V vio por primera vez la luz. De aquel palacio de más de 300 habitaciones, tan solo podemos encontrar una pequeña maqueta tras la cual erige una estatua representativa.
Avanzando un poco más por la calle Lievestraat, dejamos atrás el Castillo de los Condes para adentrarnos en el corazón medieval de la ciudad, el Patershol. Un antiguo barrio de artesanos esculpido durante siglos por sus gentes, dando lugar a un conglomerado como menos variopinto. Es el momento ideal para dar por acabada nuestra ruta y recuperar fuerzas en uno de los muchos restaurantes que dan vida a la calle Oudburg, donde las principales cocinas mundiales se concentran en un solo rincón de la ciudad.
Para cualquier duda contactad conmigo, estaré encantado de ser vuestro nuevo guía de Gante.