Tal vez recordéis aquella vez en la que coger el tren equivocado me llevó a Ostende. Tan peculiar fue mi primera visita a la costa belga que la segunda debía estar a la altura. En esta ocasión, me aventuré a entrar en el mundo del autostop, tan amado por unos como temido por otros.
El autostop llevaba en mi bucket list bastante tiempo. Ya sabéis, esa lista en la que uno anota las cosas que quiere hacer antes de visitar «el otro barrio». Lo cierto es que este medio de transporte conlleva algo de riesgo, pero también garantiza una experiencia inolvidable. A pesar de que Bélgica es un país pequeño y muy bien conectado, pensé que era el lugar perfecto para adentrarme en este mundo incierto y, como ya os conté, Flandes no podía darme más seguridad.
En la aventura me acompañaron un par de amigos. Comenzamos en una gasolinera a las afueras de Gante y teníamos dos opciones: la primera, apostarnos a la salida de la gasolinera con un cartel que dijera «Ostende» y el pulgar hacia arriba esperando a que alguien frenase; la segunda, preguntar a los conductores estacionados si, por casualidad, se dirigían a Ostende y eran tan amables de llevarnos. Desestimamos la primera opción y nos decidimos a ser directos, lo cual dio resultado ya que a los 15 minutos nos topamos con Geert, un carismático y espontáneo buen hombre de 63 años que no dudó ni un instante en aceptar nuestra petición.
Geert se dirigía a visitar a una parte de su familia que vive en Ostende. Pronto nos dimos cuenta de que era un tipo fuera de lo común e increíblemente abierto de mente, y de que el trayecto de escasos 40 minutos se nos iba a hacer tremendamente corto. Nos relató historias de su juventud, hablamos de las diferencias culturales entre España y Bélgica, intercambiamos gustos musicales e incluso contamos chistes. Cuando llegamos a nuestro destino, Geert nos indicó lugares que visitar y sitios para comer. Una vez le agradecimos su cercanía en todos los idiomas posibles, nos despedimos y lo vimos alejarse en su coche negro. Probablemente, uno de los mayores puntos negativos del autostop es la cantidad de amistades que se quedan a medias.
Tras nuestra velada costera, volvimos a Gante en tren. Jamás un tren había sido tan notablemente aburrido. Como se suele decir, las comparaciones son odiosas.
OS ESPERO EN EL PRÓXIMO POST: ¡Únete a la campaña «This is my Ensor» en Tik Tok y gana una escapada a Ostende!
Os invito a este extraño lugar. Aunque las visitas no son frecuentes, haremos de esta ocasión la excepción que confirma la regla. Bienvenidos a mi cabeza.
Seguidme, os llevaré a un sitio muy especial. Normalmente, tras esta puerta pintada de colores, uno puede toparse con espaguetis flotantes, junglas de pingüinos o ciudades invisibles… A decir verdad, la mayoría de las veces, ni siquiera yo mismo estoy seguro de lo que me espera al girar el pomo. De todas formas, hoy podéis estar tranquilos. Hoy sí sé lo que hay al otro lado:
Al otro lado está Gante. Y sus calles adoquinadas, clones en bici, música abstracta, dinosaurios, idiomas alienígenas, hechizos y, dentro de esta normalidad, infinidad de locuras.
Lo más seguro es que si os dejase sueltos por este lugar, acabaríais majaras. Como no queremos eso, os lo voy a enseñar poco a poco, durante cinco meses.