Mi aventura en esta maravillosa ciudad, tristemente, ha llegado a su fin. Es increíble la cantidad de momentos vividos por estas estrechas y empedradas callejuelas. Pero yo me llevo todos y cada uno de esos recuerdos bien atados y envueltos en mi maleta. Me llevo los innumerables paseos en bici, lloviera, nevara o el viento soplara tan fuerte que en vez de avanzar sentías que ibas hacia atrás.
Me llevo los litros de cerveza en los bares de la famosa Eirmarkt, en nuestra querida plaza Jan van Eyckplein, junto a los molinos de Sint-Janshuismoles o en nuestra placita secreta custodiada por la gran Iglesia de Nuestra Señora de Brujas.
Me quedo con las tardes en compañía de los preciosos cisnes de Minnewater, soñando con encontrar un amor tan puro como el que inspiro la leyenda de ese precioso lugar. Me quedo con las citas espontáneas que siempre acababan acompañadas de una ración de «frituur». Me quedo con el sabor de los deliciosos gofres bañados en chocolate belga, que disfrutábamos viendo pasear a los turistas por la Grote Markt. Me quedo con las risas, los detalles, la alegría y sobretodo con la magia de este lugar.
Paseo en barca por el canal
Y para poder volver a vislumbrar todos esos instantes de manera nítida una vez más en mi cabeza, hoy como despedida, hemos decidido surcar los canales de mi pequeña y querida Venecia del Norte. Nos hemos dirigido a uno de mis rincones favoritos, el muelle del Rosario, bajando desde Grote Markt por la calle Wollestraat. Ahí se encontraban las pequeñas barquitas esperándonos.
Nos costó 10€ el ticket y era obligatorio llevar mascarilla, el barco zarpo rápidamente surcando las aguas del canal en dirección sur-oeste, pasando por debajo del famoso “bonifaciusbrugg” y llegando hasta las aguas del lago Minnewater. Después volvió al punto de salida para iniciar una nueva ruta por el nor-este hasta llegar a Jan van Eyckplain.
El guía nos fue explicando la historia de la ciudad así como de cada uno de los edificios que sobrepasamos. Desde el agua, las pequeñas casas medievales se veían incluso más majestuosas y emotivas, los patos y cisnes nadaban a nuestro lado y la vegetación crecía libre por las fachadas.
Cuando acabamos fui consciente de que si algo caracteriza la ciudad de Brujas, es que mires a donde mires, siempre hallarás belleza y emoción.
Mi nombre es Luna, tengo 20 años y vivo en Madrid. En general soy una apasionada de la vida, de los viajes, el arte, la música, el baile, el surf, el mar, la escalada… todo lo que suponga una aventura para mí siempre será un SÍ.
Este semestre mi aventura comienza fuerte: me he mudado a Brujas ¡La ciudad de ensueño! Y aunque apenas lleve aquí una semana, os puedo asegurar que así es. Todas las calles están bañadas de un aura especial, casi mágica.
Recuerdo una de las primeras noches aquí, entre las vacaciones y la lluvia las calles estaban vacías. Paseando a la luz de las farolas, sentí como si me transportara a otra era… Los suelos empedrados, el musgo creciendo por las paredes de una gran iglesia gótica, cuyas vidrieras relucían con luz propia. Todo parecía salido de un precioso y enigmático cuento medieval.