Cuando aterricé en Bruselas, llegué a mi nueva casa, me empecé a instalar y a conocer como transcurriría mi vida en este país que era bastante nuevo para mí; comencé a darme cuenta, a apreciar esas diferencias entre el lugar del cual provengo y esta ciudad.
La inmigración en España ha crecido mucho en los últimos 20 años y parece que comienza ya a formar parte de una vida cotidiana la cual transcurre con normalidad. Sin embargo allí, aún da la impresión de que hay un paso que no se ha dado para la verdadera integración del inmigrante. Cuando empecé a vivir aquí, a caminar por las calles, a mezclarme con la gente, tuve la impresión de que ese paso se dió hace ya mucho tiempo.
Recuerdo uno de los primeros días en los que subí al metro. Observando la gente que viajaba en mi vagón pensé “vaya… no sabría decir cuál es la etnia mayoritaria aquí”. Me alegró bastante, aquí yo también era un extraño. Pero lo que verdaderamente me sorprendió no fue que hubiese mucha inmigración, sino como era. En Bruselas hay mucha gente de muchas partes del mundo diferentes. Podemos decir que hay muchas etnias, muchas culturas que están ampliamente representadas aquí.
Si queremos verlo en un ejemplo muy claro, podemos mirar las listas electorales de los partidos políticos. He estado rebuscando por la red las listas de alguno de los partidos principales de las elecciones del pasado Noviembre donde solo con un vistazo se puede observar la cantidad de procedencias que pretenden estar representadas. En este caso podeis ver el del partido socialista, el partido más conservador para ejemplificarlo servía igual de bien; os dejo el enlace aquí.
Gran culpa tiene también el Parlamento Europeo con sede aquí en Bruselas. Los belgas en general se encuentran muy orgullosos de albergar una institución como esta que acaba suponiendo la representación en el país de un gran número de países. Los parlamentarios, sus familias intentando aportar su cultura y defender sus intereses.
Para terminar, ¿alguna vez habéis oído hablar del perro meón? El Zinneken Pis que se encuentra en una calle de la ciudad, orinando tal como lo hace el Manneken Pis. Es uno de los símbolos de Bruselas, un perro bastardo. Dicen que es su identidad, una ciudad que es la mezcla de muchas cosas y que ha terminado por no identificarse con nada en concreto. Bruselas, el perro bastardo, el hijo de todos, el hijo de nadie.