En Amberes, en plena calle Meir, un imponente edificio estilo rococó se camufla de chocolatería para intentar escondernos los secretos… ¡Reales!
Aunque todos los edificios a lo largo de la calle comercial de Amberes son impresionantes, seguro que si paseasteis por allí os llamó la atención éste concretamente. Una elegante bombonería: “The Chocolate Line” nos espera en su interior. Vale que el chocolate es el llamado oro belga, pero ¿no es sospechoso tanto derroche de elegancia y estilo para una tienda de pralinés?
A mí, si me rechinó un poco el asunto, y en mi tarea de detective descubrí una escandalosa historia “Real“.
El edificio en cuestión se construyó en 1745 encargado por un rico comerciante y cervecero. En aquel entonces debido a los numerosos canales que recorrían la ciudad y las malas condiciones de conservación de estos, el agua no era potable, y la gente por seguridad bebía siempre cerveza (para asegurarse no pasarse unos cuantos días encerrados en el baño), con lo que tener un negocio de cerveza era la inversión más segura de la época.
Llegaron los métodos de potabilización y el negocio debió de empezar a no ser tan productivo, pues el rico comerciante vendió el edificio a nada menos que el emperador Napoleón en 1799 . Así, en el pasado este palacio ha sido la residencia de el emperador Napoleón, y los reyes Guillermo I y Leopoldo II.
Sin embargo cuentan las malas lenguas que Felipe I, el hijo de Leopoldo II era un chico un poco rebelde, y decidió que lo de vivir en la ciudad no era para el, que el mejor se construía una buena casita y se mudaba a la costa. Eso sí, rebelde pero avispado, decidió que los refinados muebles sí se los quería llevar y así se los ahorraba de su bolsillo.
Cuando se supo la noticia de que el rey abandonaba la ciudad, el pueblo montó en cólera y exigió al menos que el edificio pasara a propiedad pública para convertirlo en museo. Todo correcto hasta que al entrar, se dan cuenta del “robo de los muebles” y exigen su devolución inmediata…
Tras varias jaquecas, debates y juicios, el pueblo ganó el combate y a Felipe se le fue exigido devolver todo el mobiliario que se había llevado. Con un buen enfado, pero al final Felipe envió un cargamento de muebles para el edificio. Sin embargo, cuentan las malas lenguas que el camión que llegó con los enseres, anunciaba en grandes letras algo así como “IKEA”. Si el interior del camión procedía de la tienda o no, es el secreto mejor guardado de Felipe.
Lo que si se sabe a ciencia cierta por las memorias de Bourrienne, el secretario particular de Napoleón, es que éste, tenía una debilidad culinaria: el chocolate. En su honor, hoy el ex-palacio real con su decoración originaria, se transforma en una alucinante chocolatería abierta al público y con maravillas para chuparte los dedos.
Dirección completa: The Chocolate Line, Meir 50, 2000 Antwerpen.