Ir a la playa fue uno de los primeros planes que tenía claro que quería hacer una vez que empezara el buen tiempo. Coger unas cuantas toallas, bocatas, crema solar y con suerte incluso el bikini e ir a pasar el día tumbados al sol en la arena.
El buen tiempo llegó hace unas semanas, sin embargo el único sitio en el que planté la toalla fue en el césped de mi jardín. No me toméis a mal, tener jardín es de las cosas que más me hacen feliz estos días. Pero no hay nada comparable al sonido y olor del mar.
Necesitaba ir a la playa
Así que el pasado viernes abrí el móvil y me dispuse a analizar la distancia que me separaba de la playa y como podía enfrentarme a ella. Apenas 20 kilómetros separaban mi casa de la costa norte, eso significaba que en bici podríamos llegar en aproximadamente una hora.
Era un largo camino, además una vez allí no podríamos sentarnos a descansar, tan solo pasear por la orilla… pero entre todos decidimos que merecería la pena.
Blankenberge allá vamos
Quedamos en Grote Markt a las 12 de la mañana y tomamos la calle Saint-Jakobstraat y desde ahí fue todo recto prácticamente hasta llegar a “Blankenberge” un bonito pueblo costero. Por el camino disfrutamos de preciosas vistas de largos pastos, vislumbramos a lo lejos granjas con ovejas, vacas junto a sus terneros y establos llenos de caballos.
Antes de que nos diéramos cuenta nos encontrábamos a la entrada del pequeñe pueblo, y tras atravesar un par de calles ante nosotros se cernía ni más ni menos que el gran Mar del Norte. Metros y metros de arena cubierta de pequeñas conchas marinas nos separaban de la fría y brava agua marítima.
Aparcamos las bicis, nos quitamos corriendo los zapatos y comenzamos a caminar descalzos por la arena cálida gracias a la luz del sol. Se sentía como andar sobre nubecillas después de tanto pedaleo. La brisa marina revoloteaba nuestros cabellos y disfruté de cada bocanada de aire fresco como si no lo hubiera sentido en siglos.
Disfrutar, disfrutar y disfrutar
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos paseando, corriendo, saltando, jugando a acercarnos a las olas y huir cuando estas se aproximaban demasiado… El tiempo pasó volando y a pesar de todo ninguno nos sentíamos cansados…
Al llegar al final de la playa observamos una plataforma con un faro, subimos a observar más de cerca las vistas desde dentro del mar. Bajo la plataforma las olas del océano rompían con fuerza y hacían revolotear a las gaviotas. Sacamos nuestros bocatas mientras paseábamos de vuelta a por las bicis.
Ya se había hecho un poco tarde por lo que decidimos volver, los 20 kilómetros de vuelta pasaron volando gracias a la cantidad de energía renovada que llevábamos en la mochila. Esa noche dormí tranquila y feliz, había sido un gran día.
Mi nombre es Luna, tengo 20 años y vivo en Madrid. En general soy una apasionada de la vida, de los viajes, el arte, la música, el baile, el surf, el mar, la escalada… todo lo que suponga una aventura para mí siempre será un SÍ.
Este semestre mi aventura comienza fuerte: me he mudado a Brujas ¡La ciudad de ensueño! Y aunque apenas lleve aquí una semana, os puedo asegurar que así es. Todas las calles están bañadas de un aura especial, casi mágica.
Recuerdo una de las primeras noches aquí, entre las vacaciones y la lluvia las calles estaban vacías. Paseando a la luz de las farolas, sentí como si me transportara a otra era… Los suelos empedrados, el musgo creciendo por las paredes de una gran iglesia gótica, cuyas vidrieras relucían con luz propia. Todo parecía salido de un precioso y enigmático cuento medieval.