No vengas a Gante, de verdad, no vengas. Es lo peor que puedes hacer. No vengas a Gante porque vas a sentir la necesidad de volver durante el resto de tu vida, porque recordar este punto de Bélgica provocará, tímida e irreversiblemente, una sonrisa en tu memoria.
No vengas a Gante porque buscarás -y no encontrarás- otra ciudad que se refleje mejor en las aguas tranquilas de sus canales. No vengas a Gante si no quieres ver cómo la noche, la historia y la luz se alinean para dejar asombradas a tus pupilas.
No vengas a Gante si no quieres sentir la vida sobre dos ruedas. No vengas porque cualquier otro Otoño que no sea movido por el viento de este mar del Norte te parecerá gris, no vengas si no quieres sentir la nostalgia del sol por tener que abandonar esta ciudad con sus torres hiriendo el cielo.
No vengas a Gante de Erasmus, de verdad, no vengas. No vengas porque la navidad te olerá siempre a vino caliente, porque buscarás a San Nicolás y sus espéculoos cada diciembre. No vengas a Gante.
No vengas a Gante, porque la piedra y sus almenas serán el mejor marco soñado para tus aventuras. Ni se te ocurra venir a Gante si no quieres sentir el mar aún estando en tierra. No quieras venir a Gante, porque echarás de menos sus sabores para siempre.
No vengas a Gante, de verdad, no vengas. ¿O es que quieres que sus torres queden tatuadas en tus retinas? ¿Que la vida de sus calles inunde tus venas y te contagie de su juventud embriagadora y de su maravillosa historia?
No vengas a Gante es decir que no te enamores. Que intentes -siempre en vano- evitar lo mejor que podría pasar en tu vida. Ven, ven a Gante, ven y ensancha tu corazón de gente, ven y traba tu lengua en su idioma, ven y vive, vive sus calles, vive sus olores, vive su trepidante orden caótico. Ven a Gante, ven de Erasmus a Gante, porque es el mejor marco posible para tus recuerdos.
Ven a Gante, a esta metrópolis de juguete, pero ven con una condición. Ven y disfrútala, recórrela, exprímela. Ven y mójate en su lluvia y sécate en su sol. Ven y cruza sus mil y un puentes. Ven y vívela. Enamórate, porque Gante es una ciudad que, inevitable y eternamente, enamora.
Ha sido un placer ser el corresponsal Erasmus en esta maravillosa ciudad, muchas gracias por vuestras visitas y comentarios.
Hasta aquí Manuel Laguía. Nos leemos.