Queremos comernos el mundo, pero eso significa tragarnos sus idiomas. Y claro, eso cuesta más, así que nos gusta menos. Este post va dedicado a todos los valientes que, tirando de empatía, se atreven con los idiomas locales.
Cuando llegué a Gante no tenía ni idea de flamenco. Con lo cual, me vi en situaciones confusas de las cuales salí gracias al inglés (como os dije en el anterior post, es un idioma muy dominado por aquí). Pasaron los días y, tras varias interacciones con gente local, me di cuenta de que había caído en la trampa de la comodidad: olvidar el flamenco y abrazar el inglés. Observé, también, que este caso era muy común entre estudiantes Erasmus y demás turistas. Me consumió por dentro lo rápido que sucumbimos al confort, y comencé a cambiar mi hábito.
Aprendí lo más básico, que es lo más esencial. Y os lo aseguro, desde que empecé a “flamenquear”, mi experiencia en Gante ha cambiado por completo. Las sonrisas y los saludos llueven por todas partes, especialmente en aquellos lugares en los que mi presencia es habitual o rutinaria.
Pero lo admito. Mi interés por el flamenco no solo tiene como objetivo fusionarme con los locales. Os voy a revelar uno de mis secretos mejor guardados:
¡HABLANDO FLAMENCO SE PUEDE CONSEGUIR COMIDA GRATIS!
¡Calma, calma! No compréis los vuelos todavía. He de decir que esto fue un caso aislado. Sucedió en un restaurante al que acudí a comer y en el que desplegué mi limitado conocimiento de flamenco sin vergüenza alguna. Quiero pensar que su amable gesto se debió a la simpatía que sintieron por mí y no a la ternura que les provocó mi débil pronunciación. Nunca lo sabremos, y quizá sea mejor así.
Anécdotas aparte, os aconsejo que “flamenqueéis”. Al principio puede costar un poco, pero las recompensas del proceso merecen más que la pena.
¿Que no sabéis por dónde empezar? Tranquilos, aquí os dejo un link a otro post en el que hay una lista de palabras y frases que encontraréis muy útiles en vuestro día a día.
Ahora bien, el flamenco se guarda un as bajo la manga: la pronunciación no tiene mucho que ver con la escritura. Así que, seguramente, metáis un poco la pata. Pero oye, de momento, uno ha de saltar al vacío agarrándose al mítico “A ver qué pasa…”. Y ya habrá tiempo de limar asperezas.
Lo dicho, va por los valientes.
OS ESPERO EN EL PRÓXIMO POST: La bici y la Ley de Murphy
Os invito a este extraño lugar. Aunque las visitas no son frecuentes, haremos de esta ocasión la excepción que confirma la regla. Bienvenidos a mi cabeza.
Seguidme, os llevaré a un sitio muy especial. Normalmente, tras esta puerta pintada de colores, uno puede toparse con espaguetis flotantes, junglas de pingüinos o ciudades invisibles… A decir verdad, la mayoría de las veces, ni siquiera yo mismo estoy seguro de lo que me espera al girar el pomo. De todas formas, hoy podéis estar tranquilos. Hoy sí sé lo que hay al otro lado:
Al otro lado está Gante. Y sus calles adoquinadas, clones en bici, música abstracta, dinosaurios, idiomas alienígenas, hechizos y, dentro de esta normalidad, infinidad de locuras.
Lo más seguro es que si os dejase sueltos por este lugar, acabaríais majaras. Como no queremos eso, os lo voy a enseñar poco a poco, durante cinco meses.