El otro día, paseando por Amberes vi algo atípico, un pequeño cambio que me llamó la atención. Al recorrer el Meir, la principal avenida comercial de la ciudad, siempre me había llamado la atención un pórtico que se alzaba al final de un callejón sin salida, en una de las calles laterales. Antiguo, suntuoso y, sobre todo, cerrado. Siempre cerrado. Salvo ese día, en que vi a un grupo de turistas siguiendo a un guía y adentrándose en la puerta. Los seguí y el interior de ese misterioso edificio me pareció aún más bonito que la puerta que lo guardaba.
Se trata del Handelsbeurs, el edificio de la bolsa de Amberes. La actividad económica se inició en 1531, si bien por entonces el funcionamiento de la bolsa no era tal y cómo lo conocemos hoy en día. Amberes sustituyó a Brujas como centro comercial de la región, y con ese cambio dio la bienvenida a 10.000 nuevos comerciantes de entre 100.000 nuevos habitantes. Un crecimiento vertiginoso. Dichos comerciantes negociaban e intercambiaban con materias primas de valor, bienes no perecederos ni manufacturados, como el oro, la plata o el petróleo.
La bolsa de la ciudad alcanzó tal reconocimiento que, gracias a Thomas Gresham, la corona Inglesa se inspiró en su modelo al abrir la Royal Exchange de Londres. El sitio de Amberes durante la guerra de los ochenta años, entre otras cosas, hizo que la ciudad quedara algo rezagada en cuanto a importancia comercial y fuera adelantada por Ámsterdam.
Un incendio en 1858 destruyó el edificio, que fue reconstruido en 1872 por Joseph Schadde. El edificio actual aplica técnicas de revestimiento metálico al estilo neogótico, con tal de fortalecer la estructura ante posibles daños en el futuro. Se retomó la actividad económica hasta 1997, esta vez como bolsa de valores, y luego se fusionó con la bolsa de Bruselas. Actualmente el edificio acoge eventos de todo tipo.