Aunque somos estudiantes llenos de vitalidad y ganas de comernos el mundo, siempre es difícil dar el paso de ir a vivir a otro país dejando a nuestras familias y amigos de siempre a muchos kilómetros. Y una de las cosas más duras es elegir el destino, por eso quiero escribir este relato que cuenta mi llegada a Hasselt, y creo que después de leerlo no tendréis ninguna duda de cómo sería vuestro Erasmus en Flandes.
La ilusión por llegar, la incertidumbre y el no saber qué tipo de gente iba a conocer fueron varios de los muchos motivos que no me dejaron dormir la noche antes de cogerme el avión para Bélgica. Cargando con las maletas y con las ojeras, el tiempo empieza a pasar rápido en el aeropuerto y sin darme cuenta ya había llegado a Bruselas y estaba montada en el tren para Hasselt viendo los bonitos paisajes por la ventana bajo un día soleado.
En la estación todo está muy bien señalizado y los conductores me ofrecen su ayuda para saber que tengo que hacer para llegar al centro. Y buscando y buscando la calle Kempische steenweg… ¡por fin en la residencia! Después de un día muy cansado llega el primer regalito que me ofrece la ciudad de Hasselt, recibimiento en el patio de la residencia de mis nuevos compañeros belgas con buenas cervezas para charlar y empezamos a conocernos.
Y como buena erasmus, amplio mi diccionario flamenco con la palabra más importante que hay que saber: Salud, ¡Prost!
A la mañana siguiente tocaba hacer una expedición al centro para saber a cómo era mi nuevo hogar, donde encontré a mi amor arquitectónico hasseltiano, la Catedral de San Quintín, seguida del Grote Market, la encantadora placita donde se encuentran una curiosa estatua de una pareja belga cuya historia contaré en las próximas entradas.
Mi día no podía terminar de la mejor forma que tomándome mis primeras fries con la sabrosa “salsa andalousse”, todo lo bueno tiene su relación con el sur de España ;). De haber sabido que esas patatas iban a ser tan adictivas no las hubiera llegado a probar en ningún momento ya que ahora no puedo dejar de tomarlas.
Y se hizo de noche en Hasselt. Mientras el centro se iba quedando vacío y silencioso yo volvía a la residencia. Allí me encontré de frente con la vida Erasmus, ese silencio dejó paso de nuevo a la alegría y el bullicio de mis compañeros celebrando nuestra estancia en Bélgica y pude comprobar por mí misma el dicho de que los belgas flamencos son los más acogedores de todo el país.
Bueno chicos, después de este resumen que os cuenta vuestra corresponsal Ana en el que en menos de 24 horas hizo de un país nuevo su segundo hogar, no os deja otra opción que seguir sus prometedoras historias por Hasselt y Lovaina.
Cualquiera que quiera saber más detalles no tiene más que preguntar en los comentarios!
Catedral San Quintín Hasselt