Te sitúo: tienes veinte años y quieres usar tu tiempo para añadir valor, trabajar y sentirte realizada, abrir camino. De vez en cuando la tragicomedia te posee y unos ojos te escrutan desde su página de Wikipedia: acabas de leer mi nombre por primera vez en tu vida, pero te vas a acordar de mi cara. Como la web donde se podía encontrar qué había hecho Bowie a tu edad, el buscador de Google reduce dos pasitos tu búsqueda de autoestima: esa autora, ese rostro sin contexto, con tu formación ya había fundado mi propio medio. Ahora, dime, de aquí a dos años, ¿van a nombrarte editora jefe en un medio nacional? ¿Vas a traducir cuentos clásicos a un lenguaje moderno? ¿Entenderás que la pedagogía infantil es fundamental para escribir a un público juvenil?
De ese amasijo de hipervínculos conocí la figura de la periodista y escritora belga Jeanne Cappe (Lieja, 1895-Bruselas, 1956), autora que reflexionó sobre religión, moral y genealogía en los márgenes -y entrelineas- de todas las obras que pasaron por sus manos. En lo personal y con un contexto familiar bastante adverso -fue criada por sus abuelos maternos; sus padres desaparecieron cuando ella era una niña- Jeanne Cappe fue una de las primera mujeres belgas en cursar estudios universitarios. Fue una de las mejores de su promoción, en la Universidad de Lovaina, lo que favoreció que, al terminar sus estudios, varios medios de prensa nacionales se fijasen en ella. Entre 1924 y 1928 fue editora en Vingtième Siècle, periódico belga de tendencia católica conservadora conocido, entre otras cosas, por publicar Las aventuras de Tintín. De ahí recae directamente, hasta su desaparición en 1956, en La Nation belge, diario francófono patriótico con cobertura nacional que adquirió reconocimiento al no parar su producción durante la Segunda Guerra Mundial (tuvieron que intervenirlo los nazis durante la ocupación).
Se empieza a dar a conocer como traductora y escritora alrededor de 1935, cuando publica Astrid, la reine au sourire -las cubiertas de la primera edición publicada se atribuyen a Hergé, el creador de Tintín-. De creencias cristianas, la autora es conocida por sus biografías de santos, la mayoría orientadas a un público juvenil. Publicó también obras sobre literatura y psicología infantil, campos en los que estaba formada e involucrada y que aplicó en las traducciones que realizó a obras de Hans Christian Andersen, Lewis Carroll o los Hermanos Grimm. Llegó hasta los más altos círculos de intelectualesbelgas, siendo miembro fundadora del Conseil de littérature de jeunesse en 1949 y directora de la publicación Litterature de jeunesse hasta su muerte en Bruselas, en 1956.
Sin embargo su labor, como remarca el profesor emérito de la Universidad de Lovaina Guy Zelis, va más allá de la enumeración de su currículo. Su situación como mujer universitaria, periodista y traductora hacen que su posición como escritora sea no solo reseñable, si no de especial influencia en toda una generación de belgas francófonos: la que nació inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.