Uno de los principales atractivos turísticos de Leuven, al igual que ocurre a lo ancho y largo de Flandes, son sus Abadías, siempre llamativas por su entorno natural y por su magnífica arquitectura, y que suelen estar acompañadas de una historia curiosa e interesante. Un día de estos me di un paseo hasta la cercana Abadía Keizerberg, que domina la ciudad desde una colina situada al norte de la misma.
La colina en la que está esta Abadía estaba antiguamente dividida en dos partes. La parte este fue ocupada por caballeros templarios allá por el siglo XI, a los que sucedieron con el paso del tiempo caballeros hospitalarios, jesuitas y monjes dominicos irlandeses. Esta zona fue finalmente abandonada hacia mediados del siglo XVII. En la parte oeste existió antaño un castillo, el que construyó el Duque Hendrik I de Brabante allá por el año 1230, y que la leyenda local conecta con construcciones romanas erigidas por el mismísimo Julio César (Keizer: César, Berg: monte, montaña). Este castillo fue derruido por orden del emperador José II en 1782.
Finalmente, ya en el siglo XIX, las dos partes del monte fueron unidas y se erigió una Abadía, la actual, por monjes de la Abadía de Maredsous, en el lugar donde antes había estado el castillo del Duque de Brabante. Fue pensada como Abadía benedictina y donde estos monjes se dedicaban al estudio. Las vicisitudes de la historia europea del siglo XX, con sus dos guerras mundiales, se hicieron notar en esta Abadía. Así, en 1914 gran parte de ella ardió y, tras su reconstrucción, volvió a sufrir daños en la 2ª Guerra Mundial con los bombardeos aéreos que destruyeron los últimos vestigios de las antiguas construcciones de templarios y hospitalarios, así como de nuevo gran parte de la Abadía. De esta época es la historia de un monje de esta Abadía, conocido como “Don Bruno”, que fue famoso por ocultar a muchos niños judíos de la persecución de los nazis.
Hoy en día se puede disfrutar de la vista de un edificio imponente en lo alto de esta colina rodeado por jardines abiertos al público (cedidos a la ciudad en el año 2009) que actúan de pulmón verde, y en los cuales aun se pueden ver antiguos pozos y pequeños restos de antiguas construcciones. Todo el complejo está a su vez rodeado de un muro que le da el aspecto de fortificación. Llama la atención una enorme figura de la virgen que se puede ver ya desde la ciudad al irte acercando y que sirve de guía hasta la Abadía. Es un lugar muy tranquilo y agradable para visitar, y el parque (en el que no se permiten entrar bicicletas, curiosamente) suele estar lleno de niños jugando, familias y paseantes. Uno de esos sitios por los que merece la pena perderse un rato, entre sus caminos y veredas.