Imagina que tienes 16 años, que no has salido nunca de tu ciudad, y que te mandan a la otra punta de Europa para que te cases con un príncipe al que nunca has visto.
Pues sí, eso ocurrió, una calurosa mañana de agosto del año 1496, se encontraba la Reina Isabel la Católica despidiendo a su joven hija Juana, por delante quedaban días de viaje y años de infortunio. La corona no escatimó en gastos, quería impresionar a los flamencos y enviaron a Juana con más de 70 buques. Sus padres, los reyes católicos, habían diseñado al milímetro los enlaces nupciales de sus hijos con la idea de equilibrar fuerzas en Europa.
A Juana le tocó «Felipe» por interés de sus padres y porque su suegro Maximiliano también le interesaba el enlace. Los Habsburgos y los Trastámara, Flandes y Castilla, resultaban una unión muy poderosa.
Sin embargo sigamos con nuestras intrigas de palacio. Si Juana pensó en algún momento que sería recibida como reina , pronto se dio cuenta de la realidad. Tras un viaje de meses, sufrir un naufragio y perder sus maletas, llega la princesa al puerto de Amberes (que pena que no estuviera el MAS construido). Nadie salió a recibirla, tanto esfuerzo por impresionar para nada. Por lo visto los consejeros del Archiduque Felipe, no veían con buenos ojos esa unión (eran más partidarios de Francia que de Castilla). Por tanto cuando Juana llegó un frío y lluvioso primero de octubre, nadie avisó a Felipe y ahí tenemos a la princesa, sola y desdichada en el puerto de Amberes.
La Vida en Lier
Alguien, con buen tino, aconsejó a la princesa refugiarse en la ciudad de Lier, en aquel momento era una villa más tranquila y sosegada que la floreciente ciudad de Amberes. Paseando por Lier me he imaginado como serían las primeras semanas de la princesa Juana caminando desorientada por sus canales y a la espera de un prometido que no llegaba. El consejo de irse a Lier no vino de la nada. La familia Berghes, con grandes aspiraciones en la corte y que podemos considerar los Medicis de Flandes, organizó el traslado de Juana a Lier. Yo creo que eligieron esa ciudad para ocultar a Juana en tanto que llegaba Felipe y se celebraba la boda.
Por fin llegó el esperado príncipe, y cuentan los cronistas que no hicieron falta palabras. Las expectativas de Juana se cumplieron. Quizás fueron los 17 años de ambos príncipes, o el tiempo que habían estado esperándose el uno al otro, la cosa es que decidieron no esperar más y casarse lo antes posible. Entonces intervino Diego Ramíerez, capellán de la infanta, y pidió que le buscasen una capilla disponible. Y así fue como el 18 de Octubre de 1496, con la finalidad de consumar el matrimonio cuanto antes, se celebró con prisas y sin pompa la pequeña boda. La consumación se hizo efectiva poco después, así lo aseguran los testigos presentes en el lecho conyugal (cuatro testigos por parte de Felipe y tres por parte de Juana).
La Boda
Sin embargo aquel enlace que marcaría la historia de dos imperios, no se quedó en una misa nocturna. Dos días después de aquella precipitación, se celebró en la iglesia de San Gumaro de Lier una boda por todo lo alto. Aun se conservan las vidrieras que el Emperador Maximiliano (padre del novio) hizo a la iglesia con motivo del enlace. En el cristal tintado se ve a los desposados príncipes Juana y Felipe.
Las intrigas palaciega aseguran que fue un evento por todo lo alto, más de 1000 invitados. Y cuentan los cronistas que fue tan agitada y tan comentada fue la noche de bodas que muchos invitados se congregaron en el puente cercano al edificio de la Corte de Malinas, donde los novios pasaban la noche de bodas. Tanto era el interés y tantos curiosos fueron que el puente cedió y la boda terminó con la mitad de los invitados en las aguas del río Nete.