Todo aquel que haya estado en Bélgica o que haya conocido a un belga en algún punto de su vida sabrá que hay un sinfín de costumbres que hacen de nuestras culturas dos entes muy distintos. Una de ellas y, si he de elegir, la que creo que me resulta más chocante, es el horario.
En la ciudad en la que me alojo, Amberes, el grueso de los establecimientos cara al público cierra a las 17 o 18 h como tarde. Museos, tiendas… incluidas las cafeterías, adiós a las tardes de café y terraza. ¿Por qué? Os estaréis preguntando. Y la respuesta es muy sencilla, la gente aquí vive con otro horario, con otro ritmo. La hora habitual para comer es de 12 a 13 y su hora de la cena es hacia las 18 o las 19. Cuando ellos van, nosotros venimos. Y aunque esto pueda parecer un inconveniente, esperad. Porque con gracia e inventiva, podemos darle la vuelta a la tortilla.
El viernes pasado fui de excursión a Gante con intención de visitar el Museo de Bellas Artes (MSK) y presenciar la restauración en directo del Altar del Cordero Místico. Al llegar a la sala donde se lleva a cabo esta descubrí que estaba vacía, las restauradoras no estaban. Tras observar los retablos un rato decidí visitar el resto del museo. Paseé y paseé. Salas y salas vacías, que pude disfrutar en paz. Propio de una experiencia exclusiva. ¿Por qué está vacío? Pensé. Miré el reloj y caí: están todos comiendo.
Así que si, como español, quieres usar el superpoder de ir a contratiempo y disfrutar de visitas exclusivas a museos y monumentos en absoluta soledad, te recomiendo que las programes entre las 12 y las 14 del mediodía, con mejores resultados si además acudes entre semana.