Incluso la noche más oscura acabará y el sol se alzará, escribió Victor Hugo en su obra más representativa, Los Miserables. El autor, poeta y político francés se enamoró de Bruselas desde que la pisó por primera vez, en 1837: “tiene la Grand Place más bella del mundo”. No volvió a la ciudad hasta quince años después, como refugiado político.
Desde la Place des Barricades hasta su piso en las galerías Saint-Humbert: todo son influencias en una novela que, pese a estar impregnada por la nostalgia de París, contiene inexorablemente la Bélgica del XIX. Les Misérables, antes Les misères, fue un proyecto abandonado durante quince años. El impacto de varias familias, su implicación en la vida política parisina y las muertes de Adèle Foucher, su primera esposa, y una de sus hijas, dejarán una impresión emocional en la obra, retomada durante su exilio tras el golpe de estado de Napoleón III, en 1860. El 30 de marzo de 1862 los editores Lacroix et Verboeckhoven publican la novela: el éxito es tal que, desde las seis de la mañana, personas de todas partes del país se acumulan a las puertas de las librerías belgas. Ese mismo año se estrenará una adaptación en el Théâtre Royal de Bruselas. La obra pronto se disemina por Europa, convirtiéndose instantáneamente en un blanco para los críticos, que reniegan de su sentimentalismo y de una descripción simplificada de la sociedad del XIX.
Sea como fuere, el sol al final se alzó para Victor Hugo: pudo volver a París y a su entierro, en el Panteón, acudieron más de tres millones de personas. No sólo eso: Manuel de Falla compuso una obra inspirada en Los Miserables, que también ha recorrido con éxito las pantallas y escenarios europeos y americanos. Una de las adaptaciones más originales es la de la compañía Karyatides, con figuras, que vuelve a Bruselas en 2018. Hasta febrero se puede amenizar la espera recorriendo la Bruselas de Víctor Hugo, una de las muchas visiones de una ciudad de exilios.