Como bien sabréis Magritte es uno de los artistas más reconocidos y celebrados de Bélgica. Su fama da la vuelta al mundo, todos saben quién es. ¿Pero que hace del arte del pintor algo tan icónico y reconocible? Resulta que su obra responde a una serie de late-motivs, temáticas, figuras y técnicas a las que se acerca el artista como parte de su reflexión y su aportación, que la convierten en un producto distintivo y muy analizable. Como entusiasta que soy del artista, voy a embarcarme en una serie de entradas en las que visitaremos las ideas más identitarias de Magritte. Y para abrir esta serie, empezamos con: Magritte y el uso del texto.
Entre 1927 y 1930 René Magritte vivió en la ciudad de París. Allí estrechó lazos con un grupo de surrealistas parisinos. Con ellos se dio su período de uso de palabras en la pintura. Pintó más de cuarenta tableaux-mots (cuadros que mezclan el arte figurativo con el verbal). Tras 1930, Magritte abandonó esta disciplina casi por completo, y solo siguió visitando el arte con texto en pequeñas replicas y variaciones de cuadros pre-existentes originarios de esa época.
La forma en que Magritte utiliza el texto en su obra responde a dos necesidades. La primera y mayoritaria es incidir en la irreverencia de su obra mediante palabras aisladas, como árbol, bosque, caballo, cañón, cazador, cielo, cuerpo, esponja, espejo, fruta, fusil, horizonte, montaña, mujer, nube, océano, paisaje, pájaro, piano, sillón… que no responden a una relación de concordancia con la imagen pintada por el artista. La segunda, el uso de frases, aparece en su obra de forma mucho más excepcional y se adentra en su faceta como artista conceptual, relaciona la imagen con una reflexión a menudo lingüística, o entorno al concepto de la esencia y la representación. Ejemplos de ello serían “Je ne vois rien autour du paysage”, “Je ne vois pas la [femme] cachée dans la forêt”, “Ceci n’est pas une pipe”.
Si quieres disfrutar de la obra de Magritte y su uso del texto no dudes en acudir al Museo Magritte de Bruselas.