Era 20 de Agosto de 1566, todos los prelados se encontraban en la Catedral. Aquel día amaneció temprano, era la festividad de San Bernardo y todos los gremios se encontraban presentes. Los canónigos y danes congregados para la Misa de Laudes ya estaban allí cuando nosotros llegamos. Esto les ha dado ventaja para elaborar su estrategia pensé yo. Acudimos en representación del gremio de los mercaderes tres hombres según estipulaban las escrituras. Mons Jansen era un anciano enjuto y desgastado que por su edad y veteranía había sido elegido maestro mayor del gremio. Fue el quien me pidió que le acompañase a la reunión pues su cabeza y sus años no le permitían intervenir en el debate de forma correcta.
Una vez ocupamos nuestros asientos en el escaño del coro que nos correspondía, nos dimos cuenta que nos habían colocado frente a los Hermanos Mayores de las cofradías y a los diáconos. Aquél día todos los gremios y hermandades que habían contribuido económicamente a la construcción de la segunda torre estaban presentes en el coro. Desde donde me encontraba sentado podía apreciar toda una gama de colores, desde el negro de los canónicos hasta los harapientos jubones de los artesanos más pobres. Donde yo me encontraba destacaba el azul turquesa y el rojo carmesí de las capas de los comerciantes más ricos. A nuestra derecha y bajo el crucero mayor ocuparon sus asientos los Duques de Brabante y el Duque de Clarence.
Finalmente el claustro estaba completo. Minutos después los murmullos se apagaron cuando los deanes hicieron sonar las campanillas, en ese momento ocupaban sus sillones de madera labrada El Obispo y sus presbíteros. El Obispo alzó una mano enguantada indicando al tesorero del Cabildo que podía comenzar a leer el estado del tesoro. El tiempo avanzaba y los murmullos cada vez fueron más altos. Desde el gremio de prestamistas se escucharon voces indignadas. No estaban dispuestos a que la financiación de la torre fura sufragada con los impuestos de los mercaderes más ricos. La segunda torre de la catedral debía ser símbolo del esplendor de la ciudad de Amberes, sin embargo sus obras llevaban retrasándose largos años. En 1533 la Catedral sufrió un gran incendio. Según las malas lenguas, fue provocado por los propios comerciantes como venganza por el pago excesivo de tributos.
El debate se estaba alargando, el Cabildo ya había deliberado y decidieron que solo se continuaría si finalmente los mercaderas doblaban la suma de plata destinada para la construcción de la torre. Pero no dio tiempo a terminar la discusión, fuera comenzaron a escucharse algaradas y caballos. No era todavía hora del Ángelus pero las campanas de la torre comenzaron a sonar en señal de alerta. El Obispo, que tardó en reaccionar, no pudo controlar el cierre de todas las puertas, ya era imposible, cientos de personas se agolpaban en la entrada. Los duques movilizaron a su guardia pero fue imposible detener la sangría. Todo Flandes se alzaba contra la Iglesia católica, la revolución de los iconoclastas acaba de empezar, y la Catedral fue su primer objetivo. Los canónigos y presbíteros sucumbieron a la violencia y tan solo unos pocos lograron escapar.
Fue el pueblo llano, el que con su esfuerzo de años, se resistió a perder las esperanzas depositadas. Los gremios más humildes se organizaron para salvar las obras de Rubens y los lienzos de los altares. Poco se pudo hacer, durante más de una semana la Catedral fue testigo de innumerables saqueos. Desde aquel día imágenes y estatuas de incalculable valor acabaron en los canales o escondidas bajo las sábanas de un pobre alfarero. Desde aquel día nunca más se habló de levantar la segunda torre de la Catedral de Amberes.