Amberes es de las ciudades con mayor número de distintas nacionalidades ¿Alguna vez os habéis parado a intentar pensar el por qué?
La inmigración es un movimiento que viene existiendo desde tiempos remotos. Ya el primer hombre de la antigüedad caminaba km y km adentrándose en nuevos territorios buscando una vida mejor.
Generalmente, la pobreza, la escasez o las desdichas son el motivo que impulsa a las gentes a alejarse de su lugar de origen, pero en ocasiones más factores se nos juntan y desde luego surgen historias increíbles.
El Red Star Line Museum es un conmovedor museo que surge en 2013 para intentar darnos una explicación a que nuestra ciudad esté repleta de gente extranjera.
Un fascinante recorrido por la historia de la inmigración desde sus primeros tiempos con las comunidades agricultoras, pero también por motivos más curiosos como la peregrinación para establecer mejores matrimonios o incluso la búsqueda de la sabiduría de Pitagoras que le hizo viajar en el 500 a.C desde Grecia hasta Mesopotamia, pasando por Egipto donde las pirámides le inspiraron a inventar el famoso principio de la trigonometría.
El llamado “barco de la estrella roja” fue un salvavidas para 2.5 millones de personas que huyeron navegando por el Atlántico con el Red Star Line entre 1873 y 1934. Concretamente, dos millones de pasajeros viajaron desde Amberes, el principal puerto europeo, a la lejana Norteamérica en busca de una vida mejor. El museo se centra en sus historias, la de el redentor buque que las transportaba y la de Amberes, como ciudad central de trasiegos y el puerto que acogía rusos, alemanes, o incluso turcos desde donde se embarcaban en sus viajes.
El mismo edificio donde ahora se sitúa el museo, era en aquel entonces el lugar donde los pasajeros debían pasar el duro chequeo médico y las hervientes duchas desinfectadoras de las que nadie se libraba. Muchos pasajeros cuentan melancólicamente como a menudo todas sus ropas y equipajes quedaban hechos trizas después de pasar el proceso de “desinfección”.
Los primeros años del barco fueron totalmente dorados, EEUU y Canadá se encontraban en plena expansión y tan necesitados de mano de obra que llegaban incluso a pagarles parte del billete a los atrevidos que se embarcaran hacia allí. La gente podía viajar sin demasiados requisitos y una ola de jubilo y alegría se extendía entre los bienaventurados pasajeros.
Sin embargo, con la llegada de la primera guerra mundial, las cosas se torcieron. De repente un aluvión de personas se precipitaban en trenes desde toda Europa hasta Amberes para intentar escapar de una situación cada vez más peliaguda. La ciudad ya no daba a basto, no había suficiente espacio para los recién llegados, que sentados sobre sus equipajes no podían acceder ni a un mísero vaso de agua.
Además, las fronteras se endurecieron, ya apenas se podía viajar con dinero o documentos, y los requisitos médicos, tras la epidemia mortal de tifus en Nueva York, se volvieron una auténtica prueba de condiciones físicas. En 1920, una examinación de una sola persona podía llegar a durar una hora y media, arriesgándote a que te dieran la vuelta después de haber hecho 10 días de viaje en un barco ahora masificado de refugiados.
Sin embargo, hasta en los peores momentos sucedían cosas maravillosas, y también podemos encontrar bellas historias de amor que se entrechocaban entre gente carretando pesadas maletas, o auténticos proclamadores en busca del sueño americano. Incluso cuentan que el conocidísimo Einsten llego a usar el buque como vía de escape del Holocausto nazi.
Todas estas y muchas más emotivas historias, contadas en videos y proyecciones con música de fondo que solo pueden que ponerte los pelos de gallina, y hacerte salir del museo con una sensación de plenitud y de fortuna, por darte cuenta de lo fáciles que son para nosotros ahora las cosas.