Cuando aprendemos un idioma por primera vez siempre hay ciertas columnas de vocabulario que simplemente se nos atraviesan. Están en esas unidades del workbook en las que las palabras parecen combinaciones aleatorias de letras cuya única finalidad parece ser acabar escritas en chiquitito en el pico del pupitre el día del examen. Intentamos de todo para poder aprenderlas: recordar solo las iniciales y hacer una palabra con ellas, crear una historia con cada palabra para poder recordarlas todas; intentar hacer una canción a pesar de que al final siempre se queda en el intento; o el siempre recurrente repetir y repetir hasta que se nos quede, cueste lo que cueste.
Son reglas mnemotécnicas que intentamos grabarnos a fuego.
Pese a todo, hagamos lo que hagamos, al final siempre se nos quedará por alguna razón inexplicable que solamente nuestro cerebro puede comprender: porque lo vemos escrito en alguna película, porque en una canción casualmente están hablando de las diferentes estancias de una casa, o porque de repente nos acordamos de la palabra andando por la calle. Lo mejor que nos puede pasar es que haya un grupo de palabras que terminen igual: las agrupamos y deseamos mil veces que nos acordemos de las cuatro que acaban igual pero cuyo principio es totalmente diferente.
Es el caso, por ejemplo, del grupo de las «-erías» cuando nos referimos a las tiendas de helados, pescado, etc.; solamente que esta vez nos estamos refiriendo a las «-erie» en francés, y ha sido una calle de Bruselas la que ha hecho que no confunda más boulangerie (panadería) con boucherie (carnicería).
Se trata de la Rue de Ribaucourt, a veinte minutos andando desde el centro de Bruselas con dirección al Atomium. Es una calle que parece hecha para ser fotografiada y aparecer en la unidad de «compras» del libro de francés. Con el ambiente típico de «mi tienda de confianza para comprar carne», a lo largo de toda la calle nos encontramos con varias panaderías, fruterías, carnicerías y pescaderías.
Después de varios meses viviendo en Bruselas, queríamos encontrar un lugar en el que poder comprar grandes cantidades de fruta y otros productos pudiendo elegirlos directamente, en el caso de que alguna vez las grandes superficies no estuvieran abiertas o no nos apeteciera ir al supermercado. Haber encontrado esta calle se agradece muchísimo por el precio, porque por ejemplo pudimos encontrar botes de lentejas en envases de cristal por un euro, o una merluza entera por cuatro euros. Sin embargo, también (y sobre todo) porque la calidad es muy buena. Igual que las tiendas a las que nos mandaban de pequeños a comprar porque el dependiente era amigo de nuestros padres, los productos son muy frescos y están buenísimos.
Muchas veces en las grandes superficies no queda cierto tipo de carne o tiene un corte que no nos gusta, por eso también puede venir muy bien tener en mente esta calle. Sobre todo porque, al estar todas las «-erías» juntas, ¡en media hora ya hemos hecho la compra de la semana!
Hay muchas maneras de poder aprendernos esas palabras que simplemente no parecen querer entrar en nuestra cabeza, pero en este caso, la Rue de Ribaucourt es la mejor regla mnemotécnica que he usado.
¡Muy buen día, compradores!
Me llamo Marina Carrasco Valero, estudio Periodismo y Comunicación Audiovisual, y este primer cuatrimestre voy a ser vuestra corresponsal Erasmus en Bruselas. Durante los próximos cinco meses, voy a ser la pequeña puerta que os lleve a tocar, paladear, ver (aunque con un poco de miopía), oler y oír Bruselas. Juntos vamos a descubrir sus secretos, exhibiciones, conciertos, festivales…