Una de las tareas pendientes que tenía antes de dejar Bruselas era visitar la cúpula verde que se adivinaba en todos las fotos de la ciudad, como un niño jugando al escondite: haciendo notar que está ahí pero siendo consciente de que los adultos van a seguirle el juego. La partida se estaba alargando demasiado, porque era enero y yo aún no me había pasado a visitar el que, había leído, es el edificio Art Decó más grande jamás construido: el Sacré Coeur de Bruselas.
Descubrí que para entrar todo lo que hay que hacer es coger el metro hasta la última parada de las líneas dos y seis, Simonis (quince minutos desde el centro de la ciudad). Desde ahí solo hace falta cruzar el parque de Koekelberg, el barrio de estilo flamenco en que está ubicada, y bordear la explanada que aloja la basílica por la izquierda hasta llegar a la puerta de entrada. Sorprenden, de cerca, sus dimensiones: tiene 89 metros de alto y 167 de largo, por lo que es la quinta iglesia más grande del mundo.
La basílica tiene sus razones históricas: esta joya del siglo XX se construyó para conmemorar el 75 aniversario de la Independencia de Bélgica. El Rey Leopoldo II puso la primera piedra en 1905; las Guerras Mundiales interrumpieron su construcción hasta que, en 1971 se dieron por finalizadas las obras. El interior también contiene placas y recordatorios de figuras que han pasado por ahí: llama la atención, a la entrada, el mármol que avisa de las dos visitas del Papa Juan Pablo II.
La entrada a la basílica es gratuita; subir a la cúpula (ayudados por el ascensor, que ahorra cincuenta y tres metros de escaleras) cuesta cuatro euros. La entrada da acceso al museo, con obras prestadas por la archidiócesis de Brujas, y la planta superior de la basílica, además de al mirador.