Hay artistas tan célebres, individuos tan excepcionales, que su nombre se convierte en marca. Decimos que se ha subastado “un vermeer”, “un rubens” o “un magritte”, así, en minúscula, sin especificar siquiera que nos referimos a un cuadro, porque no hace falta. ¿Quién no conoce a Vermeer, a Rubens, a Magritte? ¿Acaso hace falta mencionar a qué se dedicaban?
Desde que los artistas empezaron a firmar su obra, y aún más desde que el Romanticismo se inventó el mito de los grandes genios irrepetibles, el mundo del arte se convirtió, en mayor o menor medida, en una competición de egos.
Pero no siempre fue así. El arte empezó siendo anónimo y colectivo. Los habitantes de las cuevas prehistóricas se pintaban las manos y las presionaban sobre la roca para dejar su huella, quizá por matar el tiempo, quizá colaborando en un esfuerzo decorativo o en un ritual religioso. Decenas de miles de años después, aún podemos contemplar esos murales de manos humanas distintas.
No sabemos quiénes esculpían los capiteles románicos porque las catedrales eran un trabajo anónimo y colaborativo. Incluso en el Renacimiento o el Barroco, cuando surgieron los artistas estrella, se trabajaba en talleres. El maestro solía ocuparse de la composición y de los detalles más complejos de un cuadro, pero eran sus ayudantes quienes rellenaban los fondos o pintaban las partes fáciles y aburridas, mientras los aprendices mezclaban los colores.
Las vanguardias resucitaron un poco este espíritu gregario. Los artistas se agrupaban en colectivos y firmaban manifiestos en nombre de nuevos ideales estéticos que siempre acababan en -ismo. El Surrealismo fue un poco más allá y se inventó el juego de los cadáveres exquisitos, en el que cada participante dibujaba en un papel doblado, sin saber qué habían dibujado los demás en las otras caras. Al desplegar la hoja, surgían figuras alocadas: loros con cuerpo de langosta, mujeres con raquetas por pies…
Hoy en día, las obras colectivas ya no son una rareza. Todo el mundo ha oído hablar del grupo Guerrilla Girls, pero casi nadie sabe los nombres de sus integrantes. Los museos también exhiben obras de parejas artísticas, como los inseparables Gilbert & George.
Hasta el próximo 9 de marzo, el S.M.A.K. de Gante ha revuelto su colección de obra contemporánea para reunir en una exposición temporal una serie de obras de espíritu cooperativo. No me quiero poner profunda ni echar sermones pero, la verdad, con tanto culto al individualismo, es refrescante descubrir las cosas tan chulas que podemos hacer cuando trabajamos en equipo. La exposición se titula Together: Collaborative Art Practices. ¡No os la perdáis!