No sé a vosotros, pero a mí la Navidad siempre me ha sabido dulce. Y los olores intensos y empalagosos me evocan siempre a estas fechas del año… No sé si por los turrones, los mazapanes, o todos los dulces que preparamos y compramos para las comidas y cenas de estos días señalados, pero así es. Este año, llevaré un dulce más a la mesa: los pralines belgas, como regalo para mi familia en España. Y estaba pensando que en la cena seguramente surja la pregunta, “¿y cómo es que los bombones estos son típicos de Bélgica?”. Así que para mí, y para vosotros si estáis en la misma situación, os traigo la respuesta, un viaje al centro del chocolate.
En indagar en los orígenes de esta cultura de chocolate y pralines en Bélgica, fue el museo Chocostory en Bruselas el que me dio casi todas las respuestas. Por medio de diferentes salas ambientadas y una audioguía, el recorrido de la historia del chocolate te lleva desde las selvas amazónicas, hasta las bombonerías belgas actuales, pasando por España y la corte francesa, entre otros.
Cacao en América
Las primeras salas te sitúan en América del Sur, en época del imperio maya. Esta civilización había heredado el cultivo del cacao de otro pueblo anterior, pero fueron los primeros en hacer un preparado para beberlo. En sus rituales, bebían “xocoatl”, que en aquel momento poco tenía de dulce: los granos de cacao tostados y molidos, mezclados con agua, eran amargos. Para modificar el sabor, se mezclaban con especias. Los granos de cacao tenían tal valor social y cultural que llegaron a servir como moneda de cambio. También los aztecas valoraban mucho este fruto, y empleaban la manteca de cacao hasta para paliar dolores o curar enfermedades.
Como ya sabéis, Cristóbal Colón llegó a estos territorios en 1492. Y sí conoció el cacao. Sin embargo, no despertó apenas su atención. Fue Hernán Cortés quien descubrió aquella bebida de origen maya en 1519, y él sí fue capaz de ver su potencial. Los españoles especulaban que con algunos cambios en la receta, por ejemplo añadiendo azúcar, la bebida a base de cacao podría triunfar en Europa.
Chocolate en Europa
Así, el museo nos traslada desde el húmedo clima tropical a los barcos españoles, y de vuelta al continente europeo. Entramos poco después a los grandes salones de la corte francesa, donde había llegado la nueva bebida (ya alterada su receta original) gracias a dos mujeres. Ana de Austria y María Teresa de Austria, españolas de nacimiento, pero esposas de reyes franceses, bebían chocolate todo el día. Y así, lo dieron a conocer entre la realeza francesa. Entre los siglos XVI y XVII, el chocolate alcanza su boom en Europa.
A Bélgica llega en 1635, cuando un abad lo trae a Gante. Aun así, no es hasta el próximo siglo cuando surgen varios centros de producción en las principales ciudades belgas. Llegado este punto, el chocolate ya no solo se bebía, sino que también se consumía en postres. Los suizos habían inventado las tabletas de chocolate, y el chocolate con leche. Todavía se trataba de algo propio de las élites, hasta que la industrialización empujó sus precios a la baja y se empezó a utilizar comúnmente en la cocina.
Pralines en Bélgica
Una de las formas que adopta el chocolate son por supuesto, los pralines, inventados por Jean Neuhaus en 1912 en Bruselas. Su esposa contribuyó unos años más tarde con el “ballotin”, las cajas donde se guardan para transportarlos y que no se dañen. Las últimas salas del museo muestran todos los moldes que se utilizaban y emplean todavía, y todas las formas que ha tomado el chocolate desde que se moldean.
Cuando ya crees que has terminado la visita, viene realmente la muestra de cómo se elaboran estos pralines. Un experto pastelero los prepara cara al público, cada media hora. Por supuesto, ya tiene la pasta de chocolate preparada. La va calentando hasta que se funde, y la coloca en moldes. Después, debe enfriarse en la nevera. Es entonces cuando se añade el relleno deseado, por ejemplo caramelo, trozos de frutos secos… Se repite posteriormente el paso anterior: más chocolate fundido, más frío, y por fin se pueden desmoldar y están listos para ser consumidos. De hecho, al final de la demostración reparten unas bolsitas con unos cuantos. Desde luego, no por el valor de la entrada (9’5€ para estudiantes), pero están deliciosos y es un detalle que se aprecia bastante después de que te hagan la boca agua con la demostración en directo.
Ya sé que es la versión larga, pero vosotros ya podéis resumirla como queráis si os preguntan por qué habéis traído bombones de vuestro Erasmus…
¡Nos leemos pronto!
Me presento, me llamo Julio Yustas, tengo 23 años y voy a ser parte del equipo de corresponsales que, durante el próximo semestre, va a intentar que disfrutéis de Flandes al menos tanto como nosotros.
Vengo de Valencia, donde estudio el Máster de Ingeniería Industrial en la Universitat Politècnica de València. Durante los dos próximos años, disfrutaré de Bruselas gracias a un acuerdo de doble titulación por el que estudiaré el Máster en Ingeniería Electromecánica en la Université Libre de Bruxelles (ULB).
Me considero una persona bastante proactiva y es difícil que no me encontréis embarcado en alguno de mis múltiples proyectos. Mi tiempo libre lo dedico principalmente a pasar tiempo con mis amigos, viajar, la fotografía y la cocina.